Por Daniel Link para Perfil
Leo en una columna de Nicolás Lucca el
tono exacto que querría imprimirle a la mía: “La era kirchnerista
fue un eterno loop de delirios fundacionalistas, transmisión de
miedos, imposición de ideas caducas y transferencia de culpas”. Yo
agregaría: un amasijo de ignorancia y de resentimiento. Ejemplo de
lo primero, mi amiga K con título de Doctora que, ante el triunfo de
Macri dice: “bueno, ahora viene la plata dulce”. No, nena, no, la
plata dulce es lo que se acabó (esperemos que para siempre): el
consumo en el exterior subsidiado por el Estado. Ejemplo de lo
segundo, los que ante un Macri que farfulla en un inglés de
pacotilla, en lugar de admirar su soltura de cuerpo y su falta de
inhibiciones intelectuales se rasgan las vestiduras porque hablar en
inglés en un foro internacional equivale a entregar el país a la
voracidad de los fondos buitres.
Naturalmente, también leo las columnas
de Mario Wainfeld y Horacio Verbitsky (por ejemplo), a quienes en
modo alguno se puede confundir con la infección de Brancatellis (ésa
es la mezcla exacta de ignorancia y resentimiento de la que
deberíamos ser capaces de prescindir). Weinfeld y Verbitsky no
necesitaron del kirchnerismo para pensar lo que piensan, decir lo que
dicen y criticar al actual gobierno por sus actos de gobierno. Es decir, no
necesitaron ni necesitan que les pasen letra.
Soy incapaz de simpatizar con el
gobierno nacional por muchas razones, todas ellas de izquierda, pero
cada vez que prendo la televisión y escucho matonear otra vez a
Daiana Conti me dan ganas de salir a abrazar a Aranguren (no lo
permita Dios).
Habrá que esperar a que el
“kirchnerismo residual” (me encanta la definición: ¿es de
Pagni?) dé sus últimos estertores para poder salir a discutir en serio políticas de Estado.
Mientras tanto, imaginamos un país gobernado por Máximo Kirchner, y vamos distribuyendo los
ministerios. Hagan la prueba, es el juego del verano.
2 comentarios:
Lo de "kirchnerismo residual" se lo escuché por primera vez al periodista Diego Rojas, pero no sé.
ay, profesor.
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