Por Daniel Link para Perfil
Después de un viaje un poco mediocre
al invierno inclemente vuelve a Buenos Aires. Lo sorprende, como
siempre, que ese galpón mal acondicionado en medio de la niebla
funcione como un aeropuerto internacional pero, más todavía, el
cachetazo de un aire helado y gotas de lluvia que parecen mimetizar
las condiciones meteorológicas de las que creía haber huido. No le
gusta el invierno, pero mucho menos el frío fuera de lugar, las
vertiginosas corrientes de aire antártico que arruinan lo poco que
le queda de verano.
Ya en su casa, lo espera una irritación
mayor todavía: pagar cuentas (es comienzo de mes), intercambiar
furiosos correos con su contadora en relación con temas impositivos
perentorios porque se han modificado las escalas, las deducciones, la
mar en coche (y afuera llueve en la ciudad).
Pasa un fin de semana armando
montoncitos de plata y decidiendo si le conviene pagar el impuesto
inmobiliario anualizado y con descuento o confiar en la depreciación
de los montos mensuales que la inflación permite prever. Todo
funciona en formatos digitales, pero se imagina armando pilas de
monedas y la imagen lo deprime.
Muchos deben sentir lo mismo porque los
diarios siguen insistiendo en la depresión del consumo: nadie compra
nada, y sólo se pagan las cosas esenciales.
Depresión, depreciación (del
salario), desprecio (de los administradores): le gustaría jugar con
esas palabras porque siempre encuentra algo de felicidad en las
aperturas del lenguaje, pero no tiene tiempo. “Ni tiempo, tengo”,
suspira. Y se da cuenta de que la más grande injusticia del sistema
económico que habita es precisamente haber enajenado a todos de su
propio tiempo.
Buscar recibos de sueldo, completar una
planilla, acumular comprobantes de gastos para rendir, organizar el
trabajo del año, separar la plata en montoncitos. Trata de hacer
todo a la mayor velocidad, para encontrar algún resto de tiempo con
el que jugar un poco.
2 comentarios:
¿Qué nos diferencia a los Argentinos del resto del mundo? La tortura de los procesos burocráticos que sufrimos:
"—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?
El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras:
—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré".
"Vive y actúa como si no vivieras en un mundo capitalista". A mí me ayuda.
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