El experimento cubano es raro, al menos
en su versión actual, después de la Ley de Inversiones Extranjeras
de 1995 y los lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista de
2011.
Algunas de esas rarezas son muy
cautivantes: en la televisión no hay publicidad y, además, emiten
películas (vimos The Hustle) bajadas de los mismos servidores
que se usan en el resto del mundo (reconocimos la versión emitida
por los subtítulos en color amarillo). Todo Netflix, naturalmente,
se consigue en la calle. En contra: no hay presentadores ni
presentadoras de origen afrocubano.
Cuba inventó las formas superiores del
capitalismo actual: Airbnb, Uber y el “coliving” existen en la
isla desde mucho antes que esas aplicaciones (familias que alquilaban
habitaciones en sus casas, autos que llevan a terceros por importes
menores que los que cobran los taxis, paladares).
Las personas tienen una cultura general
bastante sólida, pero no tienen ocasión de aplicarla. Un licenciado
en estudios culturales de La Habana y un profesor de inglés de
Trinidad preferían preparar desayunos porque la industria turística
es, claro, más rentable. Ninguno de ellos conocía ni a Severo
Sarduy ni a Reinaldo Arenas.
Como ahora disfrutan de Internet, ya
sabrán qué buscar después de nuestros consejos.
La más deslumbrante fue Tanja, la
conductora del cocotaxi a quien le pedimos que nos llevara a la casa
de Lezama Lima. A ella no le gustaba Lezama, le parecía pesado.
Especialmente Paradiso. Yo no iba a discutir eso con ella,
pero le aclaré que había escrito ensayos esenciales para el
pensamiento latinoamericano. “Sobre la comida”, precisó. “Era
un glotón”. Tampoco le gustaba demasiado Carpentier. La
consagración de la primavera tal vez, pero El recurso del
método en absoluto. Para “real maravilloso” (SIC) prefería
al colombiano, García Márquez.
Mencioné el Contrapunteo cubano del
tabaco y el azúcar. Desvió el cocotaxi para pasar por la
esquina donde estaba la casa de Fernando Ortiz, cómo no.
Le pregunté si había estudiado Letras
o algo semejante. Tanja dijo que no, que ella leía porque le
gustaba. Conocía al dedillo los barrios de La Habana. Y tenía
frases. A la tercera vez que le dijimos “Qué raro” a algo que
contaba, ella sentenció: “Aquí nada es raro, todo es increíble”.
En una playa cerca de Trinidad, vimos a
una turista que practicaba topless. Le preguntamos al mozo que
nos servía un pescado delicioso (cuyo nombre no recuerdo) con arroz
moro si eso estaba permitido, para recibir otra “frase” como
respuesta: “A ustedes se les permite todo, a nosotros no”.
La mejor fue la frase de un policía,
que me hizo pagar casi con alegría la multa injusta de cuarenta
dólares que me impusieron por no respetar la distancia mínima entre
autos prevista por la Ley: “La policía revolucionaria no comete
injusticias”.
1 comentario:
Hermoso, también.
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