sábado, 8 de enero de 2022

La grieta charrúa

Por Daniel Link para Perfil

Comentando las fotos que le mando de nuestra escapada de año nuevo, un amigo nos dice: “Uruguay es una utopía” y después cambia: “O un barrio cerrado”. Le contesto: “¿Acaso hay diferencia?”.

Es cierto que Uruguay da una impresión de tranquilidad que los argentinos no sentimos hace décadas y, al mismo tiempo, la complejidad del país admite lecturas tanto en una dirección como en otra. Basta vagar por Montevideo, esa ciudad que en los índices de calidad de vida aparece bendecida con posiciones para nosotros inalcanzables.

Se me ocurre que Montevideo es el resultado de una mezcla bastante infrecuente de socialismo y de liberalismo: ahí están esos edificios soviéticos en la Rambla más cercana al centro, brillando al atardecer mientras el sol se pone sobre un agua que es mar y río al mismo tiempo, ahí están esos nombres estatales de los que la sociedad uruguaya no quiso desprenderse nunca: ANCAP, ANTEL; o esos nombres colectivistas como CONAPROLE que, en efecto, suenan a utopía de décadas más dispuestas a imaginar formas comunes de organización.

A eso se superponen los barrios como Punta Carretas, con su shopping incluido y, sobre todo, la Interbalnearia con sus coqueterías ABC1 y su adhesión entusiasta a las diferentes variantes de lo eco-chic, que tanto éxito tienen en nuestros barrios cerrados del norte de la provincia de Buenos Aires (no conozco otros, pero supongo que funcionarán según parámetros semejantes).

A uno le parece que todo eso convive armoniosamente y que las exenciones impositivas para la construcción con mano de obra local y capital extranjero (argentino, sobre todo) congenian bien en Uruguay y que en una sociedad civilizada la alternancia democrática está garantizada por una tolerancia ciudadana bien entrenada. Craso error.

Al querer pasar un peaje en la Interbalnearia, pensé que había una casilla de pago manual habilitada más allá de la cola tremebunda que tenía por delante. No fue así y cuando quise reincorporarme a la fila de autos (más adelante de lo que me permitía mi anterior posición) fui increpado por un conductor que me dijo que esperaba hacía largo rato. Le pedí que me disculpara, le expliqué que me había equivocado, y le desee feliz año. No me dejó meterme en esa fila y me gritó “¡No lo votes más, no lo votes más!”, porque pensó que yo era un votante del Sr. Lacalle Pou a quien él, claramente un votante del Frente Amplio, responsabilizaba por todos los males de Uruguay, incluida la deficiente organización de los peajes.

Tal vez tenga razón (pero yo, como nuestro presidente, prefiero no inmiscuirme en asuntos de otros países), pero me sorprendió que un mínimo desarreglo involuntario en una cola desatara una pasión política tan intensa. Lo mismo que en casa, pensé. Ni utopía ni barrio privado: Uruguay es nuestro espejito de madrastra de Blancanieves.

 


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