Instrucciones para leer dinosaurios
por Daniel Link para Radar (oh tempora, oh mores!)
Antes
de Los Simpsons, el dibujo animado que reina hace años en el primetime
de los Estados Unidos, sólo Los Picapiedras consiguió sostener
un suceso semejante. En esa simpática versión paleolítica
del american way of life no hacía falta, desde ya, ningún
rigor histórico: la mascota de la familia (Dino) y los animales
domésticos que cumplían las tareas más pesadas del
hogar pertenecían todos al período jurásico. Y la
convivencia entre especies diferentes era tan armónica como la
época que servía de contexto a Los Picapiedras –la
década del 60– podía o quería sostener como
utopía: en una sociedad sin fracturas (y en la que, todavía,
no se había producido la crisis del petróleo, ese extracto
destilado de vida jurásica), los norteamericanos podían
y necesitaban convivir alegremente con los dinosaurios, que les prestaban
su fuerza y su docilidad: su combustible.
Después, Pebbles y Bam–Bam crecieron y se dieron cuenta de
que el mundo era mucho más hostil de lo que podía suponerse:
estaba lleno de árabes fundamentalistas, de narcotraficantes, en
fin, de enemigos del sueño americano. Hoy, el cada vez más
resquebrajado imperio americano no incluye ninguna convivencia armónica
salvo la paz conseguida a punta de misiles.
Las películas de Steven Spielberg (desde el disparate de Tiburón
hasta el disparate de La lista de Schindler) encarnan a la perfección
el imaginario norteamericano: por algo gustan tan masivamente. Si en la
“obra” de Spielberg se deja leer la ideología es precisamente
por el olímpico desdén que manifiesta hacia el punto de
vista del otro, por el manierismo visual en el que incurre el director–productor
y por la subordinación de las ideas a la pirotecnia vacua de efectos
afectivos (sonoros y visuales). Si en sus películas es pertinente
leer la ideología es precisamente porque, descuidados como son
sus guiones, coinciden con la mentalidad de las masas del imperio, a las
cuales adula con la misma intensidad con que un vendedor de autos usados
(ese arquetipo norteamericano) es capaz de adular a su cliente. Y porque,
entonces, nos dicen cómo hay que leer la realidad desde el punto
de vista de los Estados Unidos.
Como objetos culturales, las películas de Spielberg están
apenas (a duras penas) construidas: apenas escritas, apenas fotografiadas,
apenas compaginadas, apenas actuadas. La trama de Jurassic Park, por ejemplo,
es de una puerilidad que abruma, el desarrollo de la acción es
caprichoso, las caracterizaciones son esquemáticas (esa madre que
hace Tea Leoni en Jurassic Park III sólo pide que la silencien
a cachetazos, cosa que la platea de todas las funciones reclama unánimemente),
las (a duras penas) actuaciones son primitvas, los escenarios
son burocráticos, el montaje es previsible y la indigencia visual
se salva a duras penas por el lujoso verismo de los dibujos de los dinosaurios.
Y, sin embargo, Jurassic Park III es una película que vale la pena
ver. Es que la tercera parte de esta zaga jurásica funciona como
fantasía republicana y, así leída, nos permite pronosticar
algo sobre nuestro futuro, digamos: nuestro destino sudamericano.
La idea de Jurassic Park III es sencilla y prístina: los norteamericanos,
para divertirse (o para ahorrar impuestos, o gastos de mano de obra) han
realizado experimentos en los “mercados emergentes” de América
latina. Los experimentos se les escaparon de las manos y entonces los
americanos abandonaron apresuradamente el terreno, a la espera de que
la ONU y los gobiernos locales (en este caso, el de Costa Rica) arreglen
el asunto. Años después, el experimento –que ni la
ONU ni los gobiernos locales consiguieron resolver– amenaza la seguridad
de los ciudadanos estadounidenses. Entonces los marines desembarcan en
América latina para acabar con el monstruo desbocado.
Un clásico como Instrucciones para leer al pato Donald de Ariel
Dorfmann y Armand Mattelart insistía en la década del 70
en el modo en que los dibujos de Walt Disney colonizaban la imaginación
latinoamericana. Si el análisis ideológico tiene hoy todavía
algún sentido (además de ilustrar a las nuevas generaciones
en los problemas de siempre) no habría que situarlo tanto en relación
con un sistema de prohibiciones (¡no ver películas de Hollywood!,
¡no escuchar pop anglosajón!, ¡no mirar televisión
por cable!) sino más bien como diagnóstico del presente
y como pronóstico del futuro.
Que agradezcan nuestros hijos, en estos tiempos de globalización,
fantasma de default, oscilaciones del riesgo país, déficit
cero, factores de convergencia, pactos de gobernabilidad y de independencia,
devaluaciones encubiertas, aniquilación del poder adquisitivo de
jubilados, docentes y médicos de los hospitales públicos,
estas sencillas explicaciones a base de dinosaurios que los guionistas
y directores de Spielberg hacen de los monstruos fuera de control que
azotan los mercados emergentes.
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