por Daniel Link para Perfil
Según una leyenda urbana ya casi inmemorial, en Buenos Aires no se puede completar la red de trenes subterráneos por culpa de "la mafia de los colectiveros" (en relación con la cual se colocan tanto a los propietarios de las empresas como a los sindicatos de choferes). Esa poderosa corporación bloquearía, para mejor defender sus intereses, toda posibilidad de transformación de la colapsada red de transporte público. Como los trenes subterráneos y los de superficie, en efecto, ni se desarrollan ni se integran, uno termina considerando (con temor y temblor) la hipótesis, porque tanta indiferencia y tanto error de cálculo por parte de nuestros gobernantes no puede competir con esa ficción.
Como los mitos tienden, sino a formar sistema, por lo menos a encadenarse unos con otros, el anterior puede ponerse en serie con el que dice que el transporte ferroviario de cargas fue desmantelado y no se restablece (a pesar de las promesas) por culpa de "la mafia de los camioneros".
El pensamiento paranoico es retrógrado (funciona hacia atrás): se parte de una pregunta bien sencilla (¿por qué no tenemos trenes subterrános o transporte de carga y de pasajeros de larga distancia, salvo excepciones?) y se encuentran argumentos ad hoc para sostener la hipótesis explicativa.
Miles de argumentos podrían ponerse en correlación con esas leyendas urbanas, el último de los cuales sería: ahí tienen una Confederación General de Trabajadores puesta bajo la conducción del gremio de los camioneros, ahí tienen ul candidato a vicepresidente designado precisamente por sus cordiales relaciones con ese gremio y su conductor, el Sr. Moyano.
No es que yo me deje arrastrar por esos mitemas, y más bien tiendo a desconfiar de ellos, pero lo cierto es que la única manera de desmantelarlos como resolución de un conflicto existente y verificable (todo mito es real hasta que se demuestre lo contrario) sería la recuperación del sistema de transporte ferroviario de carga y de pasajeros y la construcción de trenes subterráneos urbanos. Hasta que eso no suceda, cualquier disparate podrá arrastrar nuestras conciencias a lugares insospechados.
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