Por
Daniel Link para Perfil
Venía
siguiendo un par de temas, con el objetivo de poder pulir alguno de
ellos para esta columna. En principio, la circunstancia laboral y el
plan de lucha de paros rotativos y quita de firmas que lleva a cabo
la utpba (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires) en
demanda de paritaria y mejoras salariales. Por primera vez, los
trabajadores de todos los diarios se comprometieron con los (más que
justos) reclamos.
También
me he estado preguntando por el resultado de las pericias y la
investigación en relación con la catástrofe de TBA, cuyos muertos
todavía esperan una respuesta. Supongo que a esta altura ya se
habrán borrado todos los trazos de la responsabilidad de los
funcionarios del área, pero de todos modos habría que seguir el
tema hasta sus últimas consecuencias.
En
cuanto al caso Ciccone... Yo había perdido mis esperanzas hace
tiempo, y casi había llegado a prometerme no referirme a él, tan
incomprensible me resultaba la indiferencia de su protagonista respecto de sus
incondicionales seguidores y su arrojarse al fango de la repetición
de lo ya muy conocido y penoso: la intervención de los amigos para
sacar las papas del fuego, la burocratización de las pistas, etc. Sin embargo, el último disco de Madonna (a esa Ciccone me refería), MDNA,
devuelve a la diva al alto sitial en el que la colocaron generaciones
de fanáticos.
Pero
en nada de eso puede uno detenerse cuando la pena nos embarga. La
noticia recorrió secretamente el mundo a través de correos
electrónicos y en las últimas horas llegó a las páginas de los diarios españoles: Ana María Barrenechea, maestra de maestros,
promotora de estudios lingüísticos y literarios en el país, en
América Latina, en Estados Unidos, en el mundo, ha muerto.
A
la melancolía del caso (la muerte de quien nos orientó y, con la
generosidad que siempre tuvo, nos abrió su biblioteca y también su
corazón) hay que sumar la perplejidad ante una noticia que nos llega
penosamente tarde. Anita nos dejó solos hace ya un año y medio, el
4 de octubre de 2010. Había nacido en Buenos Aires en 1913, había
estudiado en el Instituto Superior del Profesorado, se había
doctorado en 1956 en el Bryn Mawr College con una tesis sobre Borges
(La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges)
que escribió mientras hacía babysitting de los hijos de los
profesores del Departamento de Español, había regido los destinos
del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, de la
Asociación Internacional de Hispanistas, había sentado las bases de
la genética textual en nuestro país, había ocupado una silla en la
Real Academia Española y en la Linguistic Society of America, había
intervenido decisivamente en nuestras vidas profesionales.
Y
nosotros, que tanto le debíamos, ignorábamos su muerte. Ahora,
arrastrados por la turbulencia de lo cotidiano, sin Anita, nos
volvemos cada día un poco más ignorantes, un poco más brutales, un
poco más insensatos. La muerte de Anita, que nos enseñó a pensar
el lenguaje y el texto, también espera una respuesta.
1 comentario:
Supongo que si resalta la trayectoria de alguien a quien se refiere con el diminutivo de Anita es porque sobre ese subrrayado se lee en mayúsculas la palabra cariño.
Vamos camino a la peor de las ignorancias, a no saber quienes somos nosotros mismos. Y cuando eso ocurra ya no habrá a nadie quien perder.
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