por Eduardo Aliverti para Página/12
Tal vez se trate de aquello con lo que esta columna se permite
insistir cada tanto. Lo que Carlos Pagni escribió en La Nación hace unos
días, con la visión de un hombre de derecha atendible. El kirchnerismo
se enfrenta al kirchnerismo –muy genéricamente expresado, entiéndase
bien– porque ocupa la totalidad del centro de la escena, al inexistir la
oposición, como no sea la mediática. Más luego: ¿los momentos de
fortaleza deben ser usados para ir por todo frente a la debilidad del
adversario, incluso prescindiendo de los aliados reales, eventuales o
reconquistables? Que se vaya “por todo” es elogiable, pero el punto es
cómo. ¿No sería mejor contar los porotos de otra forma? ¿Seguro que hay
tanta espalda para optar por lo primero? Son preguntas, no afirmaciones.
Uno no pierde de vista que es apenas un comentarista y que el ejercicio
del poder es muy otra cosa. Igual: así cayera Boudou, o se complicara
ese escenario y los medios opositores sintieran la panza llena, no se
modificaría en nada que las mayorías sigan confiando en un Gobierno que
les mejoró la vida, en la proporción que cada quien quiera darle a ese
aserto indesmentible.
Si se apoya esta experiencia kirchnerista –como lo hace quien firma–
por considerar que al fin llegó una gestión capaz de satisfacer algunas
o varias necesidades populares, o porque cualquier alternativa
significaría volver a lo peor de un pasado nada lejano, la preocupación
no debería pasar por las repercusiones institucionales de “lo de Boudou”
propiamente dicho, sino por la posibilidad de que la trama escenifique a
un Gobierno con tendencia creciente a encerrarse en sí mismo. O mejor
dicho, en un círculo extremadamente reducido. Pero si es por aquello que
los medios de la oposición pretenden mostrar que pasa, la conclusión es
que, en perspectiva estructural, no pasará nada.
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