Por Rafael Spregelburd para Perfil
Una cadena de equívocos me lleva a involucrarme con la muestra sobre Buenos Aires que hay en Proa. Daniel Link es llamado a curar literatura en la sección que llama “En obra” y que pretende devolver a la palabra su condición de imagen pura y dura. Lo libero de toda culpa: un curador, es sabido, jamás ha podido curar herida alguna. En un espacio de exhibición de artes visuales es feliz patada prescindir de lo visible: en un baldío paquetísimo y en penumbras resuenan voces de escritores, mezcla azarosa de los vivos con los muertos, que hablan sin querer sobre Buenos Aires. Siempre que se habla de ese lugar donde se vive o se muere es sin querer.
Para “ver” son tan buenos los colores y las formas como las palabras. La mano curadora tiene la habilidad de ser casi invisible y al mismo tiempo de estructurar con estrategia este universo de imágenes contradictorias y espeluznantes en un microrrelato secreto. Link escribe con textos ajenos, recolectados por la garra del apetito y del azar, así como su vecina de expo Liliana Maresca recolectó en su Carro blanco los residuos reales transfigurados de aquel otro carro de cirujeo que alquiló para la muestra Recolecta, en Recoleta, en 1990. Entiendo que Maresca quiso comprar este carro a unos cirujas pero que ellos, desconfiando del destino artístico de las cosas simples, decidieron en cambio prestárselo apenas y también asesorarla: en 1990 nadie hablaba aún de cartoneros y la obra resultó naturalmente profética. Para eternizar esta alquimia, Maresca copió aquel carro prestado y maloliente en piezas blancas. También lo recreó una vez más en cositas bañadas en oro y en plata, superando así a través del ritual la mera denuncia para convertirla en otra cosa. Ambos carros están expuestos (curados por Cecilia Rabossi) junto a un tercero de más amable estofa. Es el carro en que Ana Gallardo trasladó los muebles de su casa que iban a ser sacrificados cuando se quedó sin casa y tuvo que ir a vivir a un sitio más chico con su hija y lo que quedara de sus pertenencias. Cargó los muebles, los dispuso como un living ambulante, puro amor y calidez, enganchó el socotroco a una bicicleta y recorrió Buenos Aires a pedal, la ciudad donde se había quedado sin casa, filmándose como el terco caracol que se muda siempre sin mudarse. También hay denuncia en su obra, pero hay humor y hay alegría.
Supongo que lo que pretendo decir es que la convivencia de carros varios y otras piezas notables (de Bony, de Travnik, de Marcos López, de Florido, de Minelli) con la selección de voces hilvanadas por Link amiga literatura con arte y evidencia la capacidad visual del lenguaje y, por idéntico razonamiento, la capacidad literaria del rejunte que salpica al ojo en el mundo de lo visual.
Qué cosa sea Buenos Aires, la muestra no lo explica. Pero así como en Callao y Quintana la ciudad le ofrece una baldosa a Valeria Lynch, que le canta de amor, es lícito que se haga un acto de inhóspita justicia, menos popular, y escuchemos que Tamara Kamenszain expresa su Odio a Buenos Aires; que Edgardo Cozarinsky, envalentonado, afirme que los argentinos no somos hijos de la vacía inmensidad que es la pampa, la Argentina, ni las selvas desganadas, sino de esta urbe convulsa que es Buenos Aires; que oigamos a Gabriel Massuh, cuyo texto dialoga caprichosamente con el mío, ambos enojados de algún modo por la manera en que Buenos Aires se ha hecho construir por arquitectos globales y miradas extranjeras, negando su verdadero espíritu de Villa 31 cada vez más grande (Gabriela Cabezón Cámara dixit), de desastre vertical, de fealdad pocas veces mejor señalada que en la diatriba que Matilde Sánchez le espeta a la avenida Warnes y su capacidad de elevarse en fealdad a la par de su numeración. Somos rescatados al final por un embrujo: la voz dulcísima de Isol, que viene de la literatura infantil (que también es, sí, claro, literatura) y que repite como un mantra “llueve aquí”, mientras la ciudad se parece cada vez más a ese juego psicótico y bestial que el colectivo M777 presenta en la otra sala como un TEG de nombre Inundación y que muestra unos arroyos sucios desbordados y unos políticos al borde de cumplir con una larga serie de objetivos secretos que le dan tensión al juego y color a los fichines.
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