Volviendo de Brasil, un país de un
nacionalismo tan enquistado en la conciencia de sus pobres gentes que
carece, por ejemplo, de música (y tiene en cambio MPB), el piloto de
Aerolíneas Argentinas se disculpa por la hora de atraso que afecta a
un vuelo que dura tres y agrega: "Escuchen bien lo que voy a
decirles. Estoy orgulloso de trabajar para una compañía que lleva
el nombre de mi país”. El avión estalla en un aplauso cerrado,
ante el cual quisiera poder eyectarme del asiento, del avión, de la
galaxia. Luego presenta al personal de cabina: la señorita Pamela (“Pame”,
aclara) y el “señor Adrián”, que toma la palabra y dice las
tonterías de rigor y finaliza, en un portunhol titubeante: “no sé
falar en portugués, así que sólo les puedo decir 'bemvidos' y
'obrigado por biayar' en Aerolíneas”. En fin... que un grupete de exaltados con caras de 678 se
declare orgulloso de un avión viejo que sale tarde, de no poder
comunicarse con la mitad de los pasajeros de a bordo, donde todos
somos forzados (en el mejor de los casos, que no es éste) a mirar en
loop los mismos cortos del bicentenario de hace tres años,
puede entenderse como un efecto de esa taradez previa que Marx
presentó en La ideología alemana y que no ha sido
suficientemente investigada.
Pero el aplauso de los pasajeros, que vienen de gastarse unos
buenos puñados de dólares en Rock in Río, un festival
gerontológico de música pretérita, me deja atónito y sin
esperanzas: es gente que aplaudiría pavlovianamente “Argentina
potencia” o “Los argentinos somos derechos y humanos”. El nacionalismo siempre funcionó como una peste, pero ahora es
una peste antigua (como la TBC, que es tuberculosis y no Música
Popular Brasileira), totalmente inadecuada a la lógica de la
mundialización, a la cual no le opone sino una suave protesta que
subraya y potencia sus cualidades. La globalización es la forma actual del capitalismo (lo es desde
el comienzo del siglo XX, pero nunca ha sido tan aguda como ahora) y
los arranques nacionalitarios no hacen sino compensar afectivamente
el vacío de afección que nos abruma. Pero aplaudir una aerolínea
(o una petrolera, o un banco) se convierte en un idiotismo repugnante
porque demuestra la desconexión absoluta del aplaudidor respecto de
la historia: no sólo se aplaude un pasado que no puede ni debe
volver, sino que se obtura la posibilidad misma de un futuro,
escuchen bien lo que voy a decirles: el soñado final del
capitalismo y la liberación de las energías reprimidas para pasar a una cosa nueva.
3 comentarios:
Anónimo
dijo...
Un texto que, además de estar cargado con una soberbia y pedantería repugnantes, demuestra la desconexión absoluta del escritor respecto de la historia: el capitalismo siempre triunfa.
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*Estabilizaciones y burocratizaciones varias.*
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Me gustaría discutir un p...
Según uno de los contadores de visitas que instalé en el blog, mucho más nuevo que el de shinystat, hemos sobrepasado, gracias a la fidelidad de los lectores, hoy viernes santo, 1001242 visitas. Como no recuerdo cuándo lo instale (aparentemente hacia junio de 2011, disconforme con el conteo del anterior) la cifra no sirve para demasiado. El de shinystat lo instalé el 23/12/04 y ya está por alcanzar los 3.000.000 de visitas. Nada, comparado con las cifras que en las TMA (Tecnologías del Mal Absoluto: facebook y twitter) se manejan. Pero acá somos buenos sin claudicación.
Gracias a los 535 participantes suscriptos a este sitio y a los 220 que me tienen en sus círculos.
3 comentarios:
Un texto que, además de estar cargado con una soberbia y pedantería repugnantes, demuestra la desconexión absoluta del escritor respecto de la historia: el capitalismo siempre triunfa.
Cada vez tengo menos ganas de volver...
yo te banco cada día más. daniel potencia
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