La Cátedra Libre en Estudios Filológicos Latinoamericanos "Pedro Henríquez Ureña" organizó el panel "Filología, teoría, vida" como conmemoración del centenario del Instituto de Filología y Literatuas Hispánicas "Dr. Amado Alonso", donde se dan cita tanto proyectos de investigación folklórica como de literaturas extranjeras. Contó con la presencia de Nora Catelli (“Joyce sin sus signos. Enseñar los clásicos traducidos”), Ottmar Ette (“Filología polilógica y ecología de la convivencia”) y Jean Bessière (“Des théories littéraires à une ontologie mineure de la littérature et à quelques points d'histoire littéraire contemporaine”). Presentó Daniel Link y tradujo Valentín Díaz. A continuación, las palabras de presentación:
En el corazón de junio
por Daniel Link
Buenas tardes, les agradecemos la compañía en este día tan especial. Es Bloomsday en el hemisferio norte, el día del Ulises de Joyce. En el hemisferio sur, sin embargo, es todavía un “mes más cruel”, porque conmemoramos además los bombardeos a Plaza de Mayo, por parte de aviadores sublevados que, como en Guernica, atacaron inadvertidamente una población civil indefensa.
La semana pasada se celebraron los exactos cien años del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, al que venimos a rendir nuestro tributo. Aclaro el plural: represento a la Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña”, creada a instancias de la actual dirección del Instituto e integrada por Diego Bentivegna (quien suma al significado de este día el nacimiento de su primer hijo, Nicanor), Rodrigo Caresani, Valentín Díaz, Daniela Lauría y Cecilia Magadán como investigadoras docentes y Francisco Bariffi, Lautaro Paredes e Ignacio Repetto como investigadoras alumnas.
Para nosotras es, pues, al mismo tiempo una obligación y una alegría participar de este homenaje. Nos sentimos parte de esta institución centenaria, cuya generosidad intelectual merece subrayarse y nos gusta inscribir lo que hacemos (o lo que pretendemos hacer) en el horizonte de tensiones que han caracterizado y caracterizarán al Instituto. Este panel se explica un poco por eso.
Desde la decisiva gestión de Amado Alonso al frente del Instituto los temas locales siempre estuvieron muy imbricados con los desarrollos de las ciencias del lenguaje y del texto en la tradición europea, de lo que dan cuenta las traducciones de Bally, de Saussure, de Spitzer, entre tantos otros.
Es por eso que convocamos a tres personalidades ilustres, cuya relación con las “literaturas hispánicas” es más bien remota, pero que han desarrollado pensamientos decisivos respecto de la filología general y comparada, los lenguajes, los textos, las historias literarias, los bordes en que lo literario se cruza o se superpone con lo viviente.
En el acto central de la semana pasada, la línea final del acto decía “El lenguaje es la casa”.
Me acerqué a la protagonista del homenaje, la actual directora del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, Guiomar Ciapuscio y le repetí, pero con tono de pregunta: “¿El lenguaje es la casa? Qué final heideggeriano”. “¿Viste?”me contestó conteniendo las lágrimas.
Más tarde, desmenuzamos esa metáfora con los demás integrantes de la cátedra. “El lenguaje es la casa del ser”, había dicho Heidegger, subrayando el hecho de que (no lo dice de ese modo, pero se deduce de su aforismo) la política es un asunto de seres hablantes. Estamos pagando cara esa arrogancia, pienso, mientras los inusitados calores del mes de junio empiezan a disolverse en el viento helado que viene de una Antártida que se descongela de a poco.
Para mí, le digo a Diego Bentivegna, “El lenguaje es una ventana”, porque es el marco desde el cual miro el mundo. Percibo y actúo en el mundo desde una determinada posición lingüística. Él me recuerda una operación crítica de hace algunos años, cuando opuso “el lenguaje como casa del ser a la poesía como caza de la lengua”.
La relación de caza respecto de la lengua supone una predación nómade, no un asentamiento. Al territorio estabilizado del sedentarismo se opone la persecución y el agenciamiento con la presa (la lengua como presa) y los territorios. Ningún sedentarismo, sino más bien una deriva incesante. Es lo que yo, inspirado por él, llamé castrametari o castrametación (el arte de disponer un campamento, algo más duradero que el mero acantonamiento, aunque no tan permanente como una ciudad).
Claro, me dijo Diego ahora, “yo creo con Wittgenstein que el lenguaje es un ciudad, con partes en ruinas y partes en construcción”.
La relación de predación, de deriva o flânerie urbana necesita de un territorio más amplio, un afuera, una relación atenta a la respiración, los movimientos y el habla de los otros: no una mera política de los seres hablantes, sino una política ambiental, incluso un “animalismo”.
No importa ponerse de acuerdo (casa, ventana, o ciudad, qué más da). Lo que importa es que todo esto nos viene de la frecuentación de la filología y sus transformaciones en esta queridísima institución y afuera de ella.
Reivindicamos nuestra filología novomundana, porque quiso y supo articular asuntos de lenguaje con asuntos de territorio: la pluralidad de lenguas y de pueblos.
Avancemos ahora hacia una filología queer, una filología de lo sensible, una ecofilología de los mundos habitables. Seguimos la exigencia que nos dejó Amado Alonso, cuando escribió: “América tiene algo que decir sobre la especial iluminación de problemas lingüísticos ya planteados y puede por su parte proponer otros de primera importancia. (...) Pero nos creemos en el deber de ser algo mas que colectores”.
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