Por Daniel Link para Perfil
En julio se cumplirán 430 años del nacimiento de Artemisia Gentileschi, la gran pintora barroca de cuya vida puede aprenderse tanto como de su pintura.
Hija del pintor toscano Orazio Gentileschi, amigo de Caravaggio, fue encomendada por su padre a otro de sus amigos, Agostino Tassi, para que le diera clases de perspectiva.
A sus 18 años, en mayo de 1611, el instructor la violó brutalmente. En 1876 se encontraron en los archivos vaticanos las actas íntegras del juicio por violación promovido por Orazio contra Tassi, quien fue declarado culpable por la violación.
El proceso duró siete meses, a lo largo de los cuales Artemisia es sometida a interrogatorios bajo apremios físicos y a humillantes exámenes ginecológicos.
Dos meses después de terminado el proceso, Orazio obliga a su hija a casarse con un mediocre ayudante de su taller, para restaurar el honor familiar. La pareja se muda a Florencia, donde Artemisia comenzará una nueva vida. A lo largo de los años vuelve a Roma, viaja a Nápoles, a Venecia, a Londres, donde se la reclama como a una de las grandes proveedoras de las cortes europeas.
Una de sus mejores pinturas, Judith decapitando a Holofernes (circa 1613), retoma un tema truculento que Caravaggio ya había transitado, pero con una fuerza y una complejidad tan convincentes que casi nadie duda de que la escena es una respuesta a su propia violación: “hay que cortarle el cuello al cerdo”.
Pensaba todo esto cuando veía los destinos finales de dos grandes mujeres protagonistas de sendas series: La encantadora Mrs. Maisel termina inverosímilmente rica, pero sola, odiada por sus hijos, mirando un programa de preguntas y respuestas mientras conversa telefónicamente con su amiga y representante de toda la vida.
Más abajo todavía, Siobhan Roy (el único personaje querible de Succession), que ha vivido ignorada por su padre y maltratada por sus despreciables hermanos, termina embarazada por descuido de un hombre al que detesta y que la ha traicionado, pero que en la escena final le extiende la mano como a un perro para que se la lama, cosa que ella hace figuradamente.
Pareciera que lejos de debilitarse, el patriarcado encuentra formas cada vez más sutiles para humillar a quienes lo desafían.
Cfr. Roland Barthes. "Dos mujeres".
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