Por Daniel Link para Perfil
Ya me dan arcadas cada vez que alguien dice “gente de bien” y “personas de bien”. En principio, ignoro a quienes se incluye en ese colectivo, cuyas filas no me siento llamado a integrar. ¿Tendría que compartir sonrisas cómplices con los nefastos aplaudidores de todo gesto de derecha, tal como puede verse en las señales de noticias de cable?
Peter Ptassek, el embajador alemán en Colombia dijo en mayo de 2021, cuando aquel país ensayó una división como la que hoy aquí pretende instalarse: “¿La gente de bien, quién es? ¿La que acata leyes, paga impuestos, tiene empatía con los vulnerables, protege el medio ambiente, promueve la paz, defensora de DDHH y de la sociedad civil, no vandaliza ni acaba con los bienes públicos? Si esa es la gente de bien, ¡no me la critiquen!”.
Entre nosotros, por el contrario, gente de bien es la que aprueba la vandalización y la destrucción de la cosa pública, la que se burla de los derechos humanos y ambientales, la que desprecia a los vulnerables y anhela su desaparición, la que fuerza las leyes o directamente las elude en su propio interés, la que evade impuestos y se beneficia de cuanto régimen de privilegio exista.
La “gente de bien” vive no de los privilegios sino que prospera en los privilegios. Por lo general la gente de bien responde al mantra de los nombres familiares. Son colectivos que operan a partir de un totem protector: los Menem, los Caputo (¡había tantos!), los Macri, los Tales y los Cuales.
Las personas de bien son las que obedecen ciegamente a un mandato, que interpretan como un Zeitgeist: ahora es así, caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
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