domingo, 9 de septiembre de 2018

Manteca al techo

por Daniel Link para Perfil

La casualidad (¿pero acaso existe?) quiso que, mientras la moneda argentina estallaba por los aires y se esparcía por los cielos como un papel picado completamente festivo e inútil para cualquier otra cosa que una carnestolenda, yo estuviera embarcándome rumbo a Europa, donde mi marido y yo teníamos obligaciones laborales que atender. Lo primero que me sorprendió fue la rapidez con la que nuestro (de todos modos magro) poder adquisitivo se adelgazó. Nunca hemos sido de preocuparnos demasiado por los precios, pero esta vez directamente no era un desequilibrio futuro lo que podíamos poner en la balanza sino una escasez actual: contábamos (y seguimos contando) las monedas que nos quedan. Lo segundo, lo caro que todo se había vuelto desde nuestro último viaje al Viejo Mundo. Naturalmente, no en nuestra moneda casi inexistente, sino en euros. Entre el bolsillo argentino y Uniqlo, que supo abastecer de camperas de pluma a vastos sectores poblacionales, parecía haberse producido un divorcio definitivo, desde ya. Pero también entre los bolsillos de los demás turistas que, a diferencia de otros años, directamente no entraban a la tienda (ni siquiera en su sede berlinesa, que podría suponerse más barata). De modo que entre el peso, el euro y el dólar la relación es mucho más compleja de lo que parece a simple vista, y el mundo entero parece estar ajustándose a estándares de consumo diferentes a los de hace dos años. Cuando comenté mis impresiones en los chats de los que participo, obtuve dos tipos de respuesta. La primera, “que se jodan, ya que votaron a Macri”, lo que presuponía que entre la práctica del viaje y la adhesión a un credo de derecha hay una relación lineal y necesaria y, por el contrario, la segunda: “ya todo se acabó, lo mejor es pasar lo mejor posible las últimas horas del Titanic”. Aunque las dos posiciones me resultan igualmente simplistas, creo que la primera me convenció un poco más, pero no por el lado de la relación entre viaje y adhesión liberal, sino por el lado, tan cacareado por los diarios, de la confianza en la forma Estado, la moneda y los ciclos de la historia. Puede sonar a pensamiento mágico, pero entre la posición apocalíptica y la integrada, la segunda parecía la más adecuada para definir la conciencia del paseante argentino en tiempos de devaluación irrefrenable: alguien pagará (probablemente los más pobres). Un poco por eso, los argentinos que viajan siguen, como en el estereotipo que indignó a Céline en el Viaje al fin de la noche, tirando manteca al techo. Quienes, como nosotros, no tenemos una confianza semejante en que alguien proveerá elegimos juntar esa manteca tirada, y guardar para después un sobrecito de edulcorante o una porción de Nutella para improvisar un desayuno callejero. Suena triste, y lo es. También, inevitable.

2 comentarios:

la cofradia del santo reproche dijo...

Te escribo desde Rosario, viviendo en un barrio proletario pero no pobre. La pobreza està a exactamente tres cuadras; cruzás Ayolas y ahi si la gente la pasa realmente mal. El problema del pensamiento clasemediero argentino es que todos piensan cuanto peor mejor. Porque a ninguno de ellos les toca. La amiga mia que limpia mi casa (y digo amiga porque la conozco desde la infancia y fui su vecina) tuvo que renunciar a su trabajo porque no le querian pagar lo que ella se merece por trabajar bien. La clase media puede comprar dolares; el pobre esta pensando en comprar pañales para los hijos. Ningun pobre, ni siquiera yo que tengo un pensamiento politico de izquierda, quiere que esto se vaya al carajo, como escriben muchos kirchneristas o izquierdistas de cotillon, porque los que pueden llegar a morir en ese estallido somos nosotros o nuestros hijos. La muerte de un pobre es siempre invisible, un numero mas en la lucha de clases. Estamos cansados de que nos digan lo que tenemos que hacer para estar mejor. Sabemos que somos pobres, que somos explotados. No necesitamos que la gente de clase media nos lo explique. El año que viene hay elecciones, y si los trabajadores y los pobres somos mayoria, como sospecho que somos, y si somos menos idiotas de lo que la ilustrada clase media quiere creer de nosotros, votaremos a alguien que nos convenza. Y si a la ilustrada clase media no le gusta, y bueno, la vida es asi, todo no se puede.

Jorge Romeo Gieco dijo...

Coincido en casi todo, pues tanto la clase media como los pobres tienen preocupaciones financieras distintas. Mientras la clase media puede comprar dólares, los pobres piensan en cómo comprar pañales para sus hijos. A pesar de mi pensamiento político de izquierda, no quiero que todo esto se vaya al traste, como algunos kirchneristas o izquierdistas de pacotilla escriben. El colapso nos afectaría a nosotros y a nuestros hijos. La muerte de un pobre es siempre invisible, una cifra más en la lucha de clases. Estoy harto de que nos digan lo que tenemos que hacer para mejorar. Sabemos que somos pobres y que nos explotan. No necesitamos que los de clase media nos lo expliquen.

Saludos cordiales
Jorge