Por Daniel Link para Perfil
Siempre que hay guerra hay un pueblo en guerra. A propósito de los estremecedores acontecimientos de Medio Oriente, Ignacio Echevarría nos regala esta cita del general retirado Effi Eitam, jefe del Partido Nacional Religioso, del que se apartó para unirse al Likud en 2009 y miembro de la Knéset de 2003 a 2009. Eitam sostuvo que el derecho exclusivo del pueblo judío a la Tierra de Israel se funda en la creencia en un Señor del Mundo. Y agregó: “Cristianos y musulmanes comparten esa fe, pero no forman un pueblo. Nosotros sí; nuestra singularidad está en que somos los únicos del mundo que hablamos con Dios en cuanto pueblo”.
Esa relación entre Pueblo y Dios me interesa desde hace meses en relación con un curso al que llamé “Ideas de pueblo”. Ahora se vuelve atrozmente real.
Hay una distancia entre el pueblo singular y unos pueblos plurales. Pero además, esa distancia queda reforzada porque “el pueblo” es determinado mientras que “unos pueblos” son indeterminados (tienen artículo indetermindo).
Los problemas de los deslizamientos del singular al plural y de lo determinado a lo indeterminado, forman parte también de la teología cristiana. Leo una intervención de Lucia Gera (“Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”), en la Semana organizada por la CELAM sobre religiosidad popular en América Latina, del 20 al 26 de agosto de 1976 en Bogotá. Gera fue uno de los más importantes teólogos latinoamericanos, que tuvo un rol decisivo en la propuesta de la “Teología del pueblo” (muy diferente de la teología de la liberación), cuya influencia en el Papa Francisco ha sido subrayada últimamente.
Gera escribe este título interno: “Iglesia y pueblo (pueblos) de América latina. La pastoral popular”. Resuelve la tensión entre singular y plural a golpe de paréntesis. El "pueblo de Dios" incluiría el plural "pueblos" para atender a las particularidades históricas y culturales de cada uno (y en particular el pueblo argentino, hoy y mañana más necesitado que ningún otro de la asistencia sobrenatural). De esa pluralización en la unidad, se deriva una pastoral novedosa orientada al pueblo en función de las peculiaridades locales, sus ideas políticas, sus limitaciones, o sus carencias.
“Pueblo” es un colectivo. Uno (yo) no puede ser pueblo: pueblo se hace con otros y otras. Hacer pueblo supone un amuchamiento y, de algún modo, la pérdida de si (del self) en una “identidad” de clase superior (en el sentido de más amplia).
El pueblo, dice Gera, es unario, es un sujeto único (y totalizante). “El pueblo es una pluralidad de individuos, una multitud reducida a unidad: unificada y (relativamente) totalizada”.
El pueblo se autosustenta y autodetermina.
Tanto en el caso del Pueblo de Israel como en el caso del Pueblo cristiano, hay que realizar una cantidad de operaciones muy complejas para sostener una idea de pueblo, sobre todo si se hace intervenir esa fantasía ridícula y totalitaria, la idea de Dios.
En un libro que tuvo una gran influencia entre nosotras, Gramática de la multitud , Paolo Virno opone a Hobbes y Spinoza, cada uno de ellos asociado con la defensa de un nombre: “pueblo” (Hobbes) vs. “multitud” (Spinoza). Esos “conceptos en lucha” fueron, según Virno, decisivos en la fundación de los Estados centralizados modernos, en la guerras religiosas, en las controversias teórico-filosóficas del siglo XVII. “Pueblo”, dice Virno, fue el término triunfante y “Multitud” el término derrotado.
¿Qué diferencias hay entre “pueblo” y “multitud”? Para Spinoza, la multitud representa una pluralidad que persiste como tal en la escena pública, en la acción colectiva, en la atención de los asuntos comunes, sin converger en un Uno. La multitud es la forma de existencia política y social de los muchos en tanto muchos: forma permanente, no episódica ni intersticial. Para Spinoza, la multitud es el soporte de las libertades civiles. Hobbes detesta a la multitud (como cuerpo y como concepto), en la que percibe el mayor peligro para el "supremo imperio", es decir, para el monopolio de las decisiones políticas por parte del Estado.
Siguiendo ese razonamiento, no habría que aceptar que los Estados se entreguen al goce bélico y realicen sus fantasías de exterminio en nombre de algún pueblo (éste o aquel). Mejor hablar con los vecinos, antes que con esa idea oscura llamada Dios.
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