Por Daniel Link para Perfil
Había perdido la frase “el Estado, que debe crear las condiciones físicas de la existencia: habitación, vestido, alimento, no puede ser una simple sinfonía de libres sonidos; ha de formar una verdadera estructura”. Su autor es el gran naturalista Jakob von Uexküll y está en el libro Cartas biológicas a una dama, que había dado a leer a mis alumnos hace años y recién ahora recuperé. La dama era su esposa, a quien usó como corresponsal para publicar una serie de artículos de divulgación que unificó bajo la forma libro en 1920. La bellísima compilación fue publicada en 2014 por Cactus, con una introducción sabia y conmovedora de Juan Manuel Heredia.
La frase es de una actualidad que sorprende tanto como el necesario antidarwinisimo y antihegelianismo que destila su teoría. Lejos de batallas triunfales del Espíritu puro y lejos de ordenamientos simplistas y mecánicos de todo lo viviente, el mundo tal y como von Uexküll lo postula es una armonía de mundillos relativamente independientes unos respectos de los otros. No hay competencia ni lucha por la vida, no hay mecanicismo químico que alcance a explicar lo viviente. Von Uexküll postula que la experiencia de todo ser vivo supone la relación de un sujeto, un objeto y un ambiente (es, por supuesto, un ecologista que todavía no lleva ese nombre).
Sus aciertos pueden encontrarse en Heidegger, en Casirer, en Canghilhem, en Deleuze, en Merleau-Ponty, en Sloterdijk, en Agamben. Es un pensamiento que recorre enteramente el siglo XX y llega hasta nosotras, que podemos recuperarlo sólo a través de una experiencia, que es la experiencia universitaria, para enfrentar la barbarie desinhibida en la que vivimos.
Porque escribe cartas, von Uexküll se convierte en un humanista, alguien que usa la palabra para llevar más lejos la verdad de la teoría que postula. Hace públicos ciertos saberes que conviene que se tengan en cuenta en relación con políticas de lo viviente, de las cuales el Estado no puede ser ignorante ni prescindente. El Estado debe crear las condiciones físicas de existencia y no patrocinar la selección de unos sobre otros.
A nosotras, que sufrimos la violencia antihumanista, nos parece que es deber del Estado alimentar también los espíritus (o las mentes, como quieran). Y sabemos que en esa dieta las humanidades ocupan un lugar central porque examinan críticamente la historia de los saberes y porque proponen alternativas a la destrucción que se presenta como inevitable. Las humanidades son públicas o no son nada y no hay mundo posible sin humanidades.

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