Secuelas
Mónica Müller
Ediciones Al Margen
105 páginas
Mónica Müller es médica, publicó una novela en 1971 llamada El gato en la sartén y después, como ella misma dice, se “distrajo” durante treinta y seis años. Desde 2006 tiene uno de los mejores blogs de la blogosfera argentina, viejossonlostrapos.blogspot.com, donde cuenta su vida en ráfagas, con muchísima gracia, una capacidad de observación notable, gran ironía y una ternura desarmante: aparecen sus hijos, su iguana, su amor por la Navidad en medio del malhumor general. En su blog también publicó algunos relatos, sin demasiada pompa, mezclados con los posts cotidianos; otros cuentos aparecieron en la revista online El Interpretador, que también publicó parte de su obra como artista plástica (según el trabajo que se puede ver, es especialista en retratos de señoronas y frágiles ancianos de Barrio Norte a los que llama “cadavercitos”). Y ahora por fin sus relatos se recopilan en un libro llamado Secuelas, donde aparece una narradora nostálgica, de una extraña precisión en los detalles, detrás de una aparente simplicidad. Son cuentos de una mujer inteligente y excéntrica, que parecen autobiográficos quizá porque la mayoría son evocaciones algo inquietantes de una infancia transcurrida en los años ’50, en un mundo que parece tan lejano, casi perdido (Müller nació en 1947), que con frecuencia debe explicarlo con pausa, detenimiento y sencillez. Hay grandes caserones que esa niña descendiente de alemanes no volvió a visitar (“es una ley de la infancia que los chicos sean alejados sin explicaciones de los lugares donde son felices”, escribe); hay la memoria de un abuso y una caja de frutillas; de una forzada androginia tras ser rapada; de una cruel colonia de vacaciones en Córdoba dirigida por un matrimonio de ingleses (el cuento “Sangre de caballos”, donde Müller relata: “Cuando uno de los chicos se hacía pis en la cama le servían el desayuno con la sábana mojada como mantel, en una mesita fuera de la casa. Así todos podíamos verlo humillado, llorando y moqueando sobre el tazón de mate cocido”), de una niña peronista que no quiere dibujar a Eva Perón en el colegio porque, dice, “es pecado mortal dibujar a una santa” (en “La Abanderada”). Hay, además, un cuento excelente, el que da título al libro: “Secuelas” mezcla el recuerdo de la epidemia de poliomielitis y una niña conectada a un pulmotor con los modos que tiene el cuerpo de recordar mediante marcas y cicatrices que hacen presente el pasado: “la secuela es un recuerdo visible pero no es sólo eso. También es una blasfemia, una forma antiestética de la soledad”.
Entre esos ecos del pasado, el que más resuena se encuentra en otro relato estupendo: “Cómo se fabrica un tigre”. A partir de ver por TV la detención del Tigre Acosta, el torturador de la ESMA, una niña que fue su vecina recuerda a la familia del futuro criminal y lo hace con una anécdota que es definitoria y estremecedora pero, además, muy lejana al lugar común. En realidad, todo el cuento le huye al estereotipo, lo que es muy valioso porque demuestra que no hay una sola forma de escribir sobre la política, la represión y la vida cotidiana.
Secuelas se completa con relatos sobre cuestiones más cercanas, en el tiempo y en el transcurrir de los días: “Crimen por encargo”, sobre una mujer que odia a las cucarachas, “Radicales libres”, sobre las arrugas y la gimnasia facial o “Casas al pasar”, sobre una fantasía romántica. Y aquí también conserva su particular encanto que hace desearle una continuidad que, sería ideal, no sea interrumpida por otra larga distracción.
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