Entró, la espía del Mossad (hacker habilísima, buscada en tres de los cinco continentes), en las bases de datos de la DEA y nos asignó a dos compañeras-pantalla que habrían cde acompañarnos en nuestra investigación para no despertar sospechas. Las colombianas no tenían idea del lío en el que se estaban metiendo, pero como estaban en Londres, tras la pista de uno de los líderes del Cartel de Cali, tuvieron que aceptar la falsa encomienda para hacerse pasar por compañeras nuestras: una, la novia de S.; la otra, mi hija (la crueldad quiso que ambas fueran muy jóvenes y que yo no tuviera entereza suficiente para fungir de viejo verde).
Fue un fastidio añadido, porque las colombianas, para mejor representar su papel, decidieron andar mostrando teta y culo en una sociedad no precisamente acostumbrada a esas exhibiciones, con lo que en lugar de facilitar la investigación, nos obligaron a estar defendiéndolas de los acosos egipcianos. "Biutiful doter", me decían los que nos perseguían babeándose por las calles y "Doscientos camellos" (parece que es un piropo que significa: tantos son los animales que estaría dispuesto a pagar por esa niña).
Le dijimos a la falsa Garner, que estaba (siempre es así) en algún lugar del mundo donde sus servicios de superespía eran requeridos, que nos sacara de encima esa pesadilla. Como lo de Alias la había conmovido, empezó a desarrollar extrañas teorías sobre reencarnaciones.
"¡Pero si Jennifer Garner está viva!", le escribíamos desde los locutorios de Aswan para convencerla de que estaba delirando. "Las dos somos encarnaciones de la misma reina", nos contestaba (en su mente, que aparentemente se precipitaba en un abismo del sinsentido, se mezclaban las teorías de la transmigración de las almas y la clonación). Finalmente conseguimos que reasignara a las colombianas a una nueva misión y una madrugada las llevamos a que tomaran un globo que las haría cruzar la frontera libia.
En lugar de ellas, apareció Abdul, un egipcio educado en los campos de entrenamiento subsidiados por millonarios libaneses. Con él, escribió Alias en el sellado sobre donde incluyó nuevas credenciales para los tres, no podíamos fallar y todo se solucionaría al instante.
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Ya Herodoto menciona la creencia de los egipcios en la reencarnación: el alma es inmortal y, cuando el cuerpo material muere, transmigra junto con el Ka (fuerza vital del sujeto) a un nuevo cuerpo por nacer. En el antiguo Egipto, la rana y la diosa Hekhet (que vive en el aire y en el agua) eran los emblemas de la reencarnación. También el omnipresente escarabajo, Kheper, cuyo nombre significa devenir, hacerse, formar o construir de nuevo.Los antiguos egipcios creían no sólo que las almas podían renacer una segunda vez, sino que podían redimirse de las faltas cometidas en sus precedentes encarnaciones, y también que podían reavivar los recuerdos de sus existencias anteriores.
Todo esto nos contaba Abdul, mientras tratábamos de estrechar el círculo de nuestras pesquisas interrogando (y pagando por ello en sesiones de regateo endiabladas e infinitas) a policías, gendarmes y rufianes. En este punto, la intervención de nuestro amigo fue esencial, porque dominaba, además del castellano, el árabe y el dialecto nubio, que se habla en Aswan en los bajos fondos (es decir, en la isla Elephantine).
Abdul participaba, como la espía del Mossad (y seguramente era él quien la había inducido a sostener creencias semejantes), de los misterios de la resurrección. Quiero decir: no es que él defendiera esas teorías. Ni falta que le hacía: era la viva demostración de que Mme. Blavatsky había estado en lo cierto.
Nebhepetra Mentuhotep I fue un faraón (2008-1957 AC) de la dinastía 11 que creó una fuerte burocracia estatal con sede central en Tebas, mediante la cual unió las partes separadas y en conflicto del antiguo Egipto. Se denominó a sí mismo como "Unificador de los Dos Países", es decir: el Alto y el Bajo Egipto. En Dayr al-Bahari, el Faraon mandó a construir un templo funerario y una tumba de nuevo diseño que sirvió de inspiración para el templo en memoria de la gran reina (pacifista y comerciante) Hatshepsut, quinientos años después. De Dayr al-Bahari está tomado su retrato:
Según la leyenda, Nebhepetra Mentuhotep habría de volver a la Tierra cada 2008 años, de acuerdo con la promesa que le realizara Hekhet en los ritos secretos a los que el joven faraón se entregaba con delicia (naturalmente, las unidades temporales no son las que se utilizaban por entonces, lo que explica la cifra un tanto ridícula, pero en todo caso, se trataba de un par de milenios, porque los egipcios están acostumbrados a medir el tiempo en cantidades más bien grandes). Abdul es, por lo tanto, la segunda reencarnación de Nebhepetra.
Por supuesto, no le gustaba hablar del tema, siendo como es, seguidor de la Ley del Corán. Pero cuando nos sentábamos a fumar una shisha en los perigundines a los que nos llevaba en busca de pistas sobre el paradero de Florencia, conseguimos arrancarle alguna que otra información.
Fotos: Sebastián Freire y Sayid
Así como en su primera reencarnación Abdul había asistido a la Familia Sagrada a su paso por Egipto, ahora, 2008 años después (4016 después de su reinado) nos estaba ayudando a nosotros.
3 comentarios:
le doy
Ferko, más respeto con los faraones reencarnados!
ok, retiro lo dicho.
dejo que haga conmigo lo que le plazca.
así mejor?
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