por Daniel Link para Perfil
Un año más, que ya corre por delante
de nosotros... Como detesto los años bisiestos, recibí éste con
alegría: ¡un año impar!
Según mi costumbre, pasaré la mayor
parte de enero en la quinta, esta vez acompañado por queridas amigas
que alquilaron enfrente porque renunciaron, esta vez, a sus
tradicionales vacaciones en Uruguay. Supongo que una de las razones
fue la imposibilidad de comprar moneda extranjera.
Leo en el diario que ciertos argentinos
que poseen casa en Uruguay se la autoalquilan para conseguir algún
billete. No entiendo demasiado bien la operación, porque, al pagar
con tarjeta esos falsos alquileres, aunque el Estado uruguayo les
devuelva el 10 %, de todos modos deberán pagar el 15 % que el Estado
argentino retiene como anticipo del impuesto a las ganancias y/o
bienes personales.
Yo, que tampoco tengo dólares, hice
unos gastos magros en mi último viaje y en el resumen de la tarjeta
apareció la temible sentencia "Percepción Imp. RG 3378 AFIP".
En este año impar, tendré que
preocuparme por cómo se deducen esas sumas de mi declaración
impositiva. Pero no en enero.
Vuelvo a mis amigas. El 31 por la noche
íbamos a comer en su casa, pero la situación meteorológica nos
obligó a cambiar los planes y comimos en la mía. Es que ellas no
tienen galería donde poner la mesa y su parrilla no es techada. La
lluvia y el frío mandan, en estas circunstancias.
Como pasa siempre, mis amigas se
enamoraron de mi mamá. Hoy se van a hacer los pies todas juntas.
Quiero decir: la pedicura de mi mamá viene para atenderlas a todas
ellas, en la casa de enfrente. Y ya que están, van a llamar también
a un masajista. O sea: perdí a mis amigas (que ahora son amigas de
mi madre) y encima instalaron enfrente un spa para mujeres. Ya han
planeado ir juntas a los remates de Giles, a ver qué onda.
No me quejo de esta inesperada simpatía
de la cual quedo un poco al margen, sino que la subrayo simplemente
para destacar las raras consecuencias de una medida macroeconómica
en mi círculo social y familiar, es decir: en toda familia
argentina. No tiene razón el señor Ricardo Echegaray, quien para
defender el cepo cambiario dijo que "la felicidad de la familia
argentina no se mide por los dólares".
Si mis amigas hubieran tenido dólares
suficientes se habrían ido al Uruguay (o no habrían alquilado una
casa en un barrio tan poco elegante como el nuestro) y la felicidad
de mi familia se habría visto disminuida, porque cuando mi mamá no
está contenta, es peor que las tormentas de navidad y año nuevo,
todas juntas.
Vivimos atravesados por decisiones de
Estado que, aunque no nos interesan, más tarde o más temprano nos
alcanzan, para bien y para mal.
En mis horas de ocio, en este enero
frío de un año impar que yo deseaba que comenzara con todas mis
fuerzas, y que había imaginado lleno de deliciosas charlas con mis
amigas, vuelvo a lo de siempre: miro los árboles y las plantas,
evalúo su progreso, me alarmo con sus estancamientos.
Hace cuatro años planté un jacarandá,
árbol poco resistente a las heladas, sobre todo cuando es joven. Me
recomendaron que lo protegiera durante los dos primeros inviernos y
así lo hice: lo cubrimos con cajas de madera forradas con plásticos
transparentes. El tercer invierno lo abandonamos a su suerte y
sobrevivió (a duras penas, pero su copa creció). Esta última
primavera, sin embargo, apenas si le salieron unas pocas hojas que,
enseguida (por las muchas lluvias, tal vez) se pusieron feas. Creo
que el jacarandá va a morirse (no es raro, porque en ningún jardín
del barrio hay alguno, y esa ausencia notoria debió disuadirme de mi
capricho, pero yo insistí en mi loca empresa).
La noche del 31 había pensado largar
un globo a volar con nuestros deseos, para que se cumplieran, pero
era tanto el viento que el primero se quemó y mi mamá y "sus"
amigas me prohibieron un segundo intento porque temían que se
quemara alguna casa.
Mi deseo de que el jacarandá
recuperara su salud y pudiera sobrevir a los crudos inviernos que lo
esperan no levantó vuelo y, por lo tanto, si el jacarandá muere
será por la complicidad inesperada entre mis amigas y mi
progenitora, resultado de una decisión tomada como consecuencia de
una medida que nunca me importó demasiado y que nunca entendí del
todo.
Una de mis amigas me dijo una vez que
había que entablar batalla contra "la cultura del dólar"
y a ella le digo (sí, a vos) que en esa batalla mi jacarandá es una
baja (no la primera ni la última, pero sí la que más me afecta.
Mi amiga no lee mis columnas, pero mi
mamá sí, así que supongo que le transmitirá mi amargura.
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