Dejarse contar la ciudad
por Julia Villaro para Clarín
Puede ser que una imagen valga más que mil palabras. Pero esos
minutos en los que el espectador abre sus oídos y se deja arrullar por
las diferentes voces de los 30 escritores argentinos que participan de En obra,
son preciosos. “La voz es el lugar donde el lenguaje y el cuerpo se
tocan”, explica Daniel Link, curador (junto a Elena Donato, Valentín
Díaz y Sebastián Freire) de la instalación sonora con la que culmina,
sutil broche de oro, la muestra Buenos Aires. Se trata de la primera vez
que en Fundación Proa se incorpora a la literatura como parte
sistemática de una de sus muestras.
“Moscas”, “virgen”, “plazas”,
“noche”, “sombra”, “pena”, “conventillos” “inocentes”, “canallas”, son
algunas de las palabras que se apropian de Buenos Aires. La Ciudad se
vuelve así un caleidoscopio sonoro en el que rebotan las voces
diáfanas, sensuales de tan cercanas, de Borges, Cortázar, Manuel Puig,
Silvina Ocampo, Washinton Cucurto, Alan Pauls, Rodolfo Walsh, y Raúl
González Tuñón, entre otros.
Espacialmente la instalación evoca a
un terreno baldío. Suerte de vacío que interrumpe el desarrollo
contemporáneo de las ciudades -basado en torres cada vez más altas- el
baldío es un fenómeno atípico en las grandes urbes, una huella
distintiva de Buenos Aires. Vacías son todas esas imágenes que los
textos evocan, dice Link, pero vacía es, también, la condición de
existencia de todas las voces.
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