Tres veces junio, tres escenas: en la primera, unos amigos se reunen para leer historias de fantasmas. El resultado de ese encuentro es célebre: El vampiro, firmada por John Polidori, y Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. Ante la grandeza inalcanzable del segundo título, Percy Shelley y el hospitalario y romántico Lord George Gordon Byron decidieron no revelar los manuscritos de sus tentativas. Era el 17 de junio de 1816.
En la segunda escena, unos amigos, Jorge Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, una noche de junio de 1937, “hablábamos de literatura fantástica, discutíamos los cuentos que nos parecían mejores; uno de nosotros dijo que si los reuniéramos y agregáramos los fragmentos del mismo carácter anotados en nuestros cuadernos, obtendríamos un buen libro”. Compusieron la Antología de la literatura fantástica, “reunión de los textos (...) que nos parecen mejores”, cuya primera edición se terminó de imprimir en 1940 como título inaugural de la Colección Laberinto que lanzaba la recién fundada Editorial Sudamericana, como mascarón de proa de una política editorial de largo aliento, (efecto, en algún sentido, de la guerra europea).
De la tercera escena sabemos poco: un solitario Rodolfo Walsh compone su Antología del cuento extraño, publicada en 1956 en Hachette, mucho más voluminosa que su predecesora pero con una cantidad considerablemente menor de textos.
Walsh vuelve, tal vez por última vez, a refugiarse en esos mundos de pesadilla que ha estado leyendo en los últimos dos años para terminar de pergeñar su antología, que ya no se llamará del cuento fantástico (como había sido anunciada en 1955), sino del cuento extraño, retomando una etiqueta bastante frecuente en las recopilaciones anglosajonas de literatura de género: The Queer Side of Things.
1956 no es sólo el año de publicación de esta antología: en junio de ese año, Walsh se encuentra con el que será su destino literario y político. “Hay un fusilado que vive”, le dicen. “Yo quería ganar el Pulitzer”, recordaría años más tarde, refiriéndose a Operación masacre, que comienza siendo una serie de notas publicadas en Revolución nacional, el embrión de un libro monstruoso (ése es su mérito mayor) de tema siniestro que se va modificando edición tras edición hasta llegar a su forma definitiva, al guion cinematográfico, a la historia.
En ese sentido, podría decirse que “un fusilado que vive” será el tipo de fantasma o de entidad siniestra que Walsh comenzará a urdir en el momento mismo en que entrega a la imprenta esta antología de 912 páginas y cuatro tomos que ahora la editorial el cuenco de plata vuelve a publicar, para nuestro beneficio.
Operación masacre nacionaliza los fantasmas y le pone nombres propios a lo siniestro. Al hacerlo, marca un territorio de operaciones para cualquier fantasmología y cambia la consideración histórica de la guerra.
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