Por Daniel Link para Perfil
Hacía mucho que no teníamos un
invierno tan lluvioso, lo que retrasó el comienzo de nuestra
primavera familiar. El jardín suburbano estaba tan anegado que fue
imposible cortar el pasto (las ruedas de la podadora se hubieran
hundido en el barro), lo que propició el crecimiento del yuyal
autóctono. Recién el viernes pasado la tierra se puso lo
suficientemente sólida como para sostener la máquina. El sábado
aprovechamos el sol, además, para lavar a Greta, la perrita nueva,
que adora el agua y no había parado, en los días previos, de
revolcarse en los charcos: le cepillamos los rizos para sacarle los
abrojos, mientras los canteros adquirían un aspecto más o menos
presentable. Lamentablemente, con tanta agua nos perdimos la
floración de la glicina (por supuesto, floreció, pero quién iba a
querer ir a mirarla bajo la lluvia) y la corona de novia, como es
delicada, con cada chubasco perdió la mitad de las flores.
Después, como nos dio culpa haber
desatendido a las gatas (Tita Merello, sobre todo, odia a Greta)
fuimos a comprar unas maderas para hacerles un dispositivo de
trepado, siguiendo los consejos de un veterinario que arregla
problemas domésticos felinos en Animal Planet. Contra todos
nuestros prejuicios (contra los reality shows, contra la
televisión en general, contra los canales que son la competencia de
FOX) el dispositivo funcionó de maravillas, y el domingo, cuando
volvió la lluvia y nos quedamos adentro, Tita no cesó de subir a su
nueva guardia, ensayando diferentes métodos de descenso.
1 comentario:
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