Por Daniel Link para Perfil
El martes pasado comenzó la segunda
edición de Asterisco, el Festival de Cine más importante de Buenos
Aires (y, por lo tanto, de Argentina), puesto bajo la dirección
artística de Albertina Carri, quien presenta el catálogo de esta
edición diciendo que “Asterisco II es un llamado a la acción, a
repensar nuestros cuerpos y nuestras identidades en este tiempo en
que la cultura cis-hétero patriarcal capitalista reacciona con furia
porque las voces disidentes aullamos cada vez más fuerte, cada vez
más llenas de tiempo, imágenes, manada, relatos y cambios”.
Sin necesitarlo (Albertina Carri
acierta por su propio pensamiento), la directora cita a Deleuze,
cuyas posiciones antiestatalistas son no sólo conocidas, sino que
fundamentan las micropolíticas de nuestro tiempo.
La potencia de lo viviente fue
convocada (por segunda vez) en un Festival que se diferencia de todos
los demás por la misión que abraza: estas películas no son meras
películas del circuito de festivales (esa especie odiosa de cine
débil y subsidiado) sino que son experiencias de lo desconocido: una
apertura para el lenguaje y para las imágenes.
Lamentablemente, el acto de apertura
estuvo muy debajo del vitalismo deleuzeano y del éxito de la
primera edición de Asterisco, cuya continuidad, sin embargo, se vio
amenazada. E incluso, amenazó esa felicidad al volcarse más bien
hacia el sectarismo y la celebración irreflexiva e ignorante de la
ley y del Estado, que en modo alguno es compatible con el espíritu
del Asterisco que conocíamos y que necesitamos.
La inclusión, esa tan cacareada
“política de Estado” (pero el Estado no desarrolla políticas,
sino que administra los bienes, los recursos naturales, lo viviente)
se convirtió en una estrategia de segregación y de delirio en pos
del voto a.... Scioli. Tristísimo.
Al comienzo del acto de apertura, el
Sr. Gustavo Pecoraro cometió un error menor, pero imperdonable:
saludó a la concurrencia como “Asteriscos y Asteriscas”,
reponiendo precisamente allí donde una estrategia ortográfica había
hecho desaparecer la división sexual y genérica, el género y, con
él, el sistema de exclusiones y categorizaciones que ofenden la
sensibilidad de cualquier persona que sabe (como lo sabe Albertina
Carri) que lo queer es lo que no tiene nombre, y no se declina
en ningún género.
Siguió luego una penosa alocución de
un funcionario de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
que agradeció a los mil ministerios que pusieron un billete para que
este festival fuera posible, a la Embajada de los Estados Unidos
(silbatina de los ignorantes de la platea) y otorgó, en un momento y
un lugar completamente inadecuado a semejante honor, una distinción
a la Comunidad Homosexual Argentina. Hasta ahí todo fue tedioso,
repetitivo, un discurso sin esperanza y sin felicidad, atado a los
compromisos del esponsoreo y a una autocelebración inmerecida,
porque el Estado, en los últimos diez o veinte años (para el caso
da lo mismo) no ha hecho sino responder a las voces de la sociedad
civil para garantizar lo único que le importa: la
gubernamentabilidad.
Muy
arengado, el funcionario no se detuvo en la ristra de pavadas de
ocasión que de él se esperaban y quiso homenajear (no se sabe bien
por qué) a la mal llamada Ley de Matrimonio Igualitario, a la Ley de
Identidad de Género (podría haber agregado el Estatuto del Peon y
el Voto femenino, ya que estaba) y, cómo no, a la heroína del New
Yorker, la Sra. Fernández y a su marido, el Patriota Muerto,
porque él votó la Ley de Matrimonio Universal. María
Eugenia Estenssoro también, pero no se me ocurrió que fuera
pertinente mencionarla.
Tantas cosas quiso
recordarnos el funcionario para inducirnos a un determinado voto que
yo, que sé que la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
prohibió la
exhibición de la película El mundo de
Daniel, de la realizadora Verónica
Lisková (República checa, 2014, 74 minutos), tuve que salir de la
sala para no vomitar mi cólera sobre mis amigos.
Después habló
Albertina, y me dicen que estuvo bien. El mismo Estado (sectario y
administrativista) que prohibió la exhibición de El
mundo de Daniel no me dejó escucharla.
Pido disculpas públicas a Albertina, cuya inteligencia merece un
marco diferente.
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