por
Daniel Link para Perfil
Cada
vez que hace falta, la patria encuentra un símbolo nuevo que la
represente. Es un signo, apenas, pero que tiene la capacidad de
arrastrar otros signos y potencias y colocarlos en visible
constelación.
En
el mismo acto en que el soberano recibe en palacio al verdugo que
asesina por la espalda, lo abraza y lo felicita, los demás puntos
reverberan y adquieren una consistencia que tal vez antes no tenían:
cada destrucción de una fuente de trabajo (que según un informe del
gremio de industriales y reproducido por el más antiguo periódico
del país se cuentan ya por docenas de miles); la inflación y el
precio del dólar que se comen como un taladrillo la capacidad
adquisitiva de las gentes; el desmesurado aumento de las precios de
las energías, que debilitan las otras, las fuerzas vitales; la
limitación, por todas partes: en las negociaciones salariales, en
los movimientos, en las esperanzas y en la posibilidad de recordar el
pasado; el adelgazamiento de lo poco de humanidad que nos queda y la
entrega miserable de nuestras capacidades a la administración de
publicistas, encuestadores y gestores. Sobre todo, cada muerto por la
policía repite el nuevo símbolo patriótico: el tiro por la
espalda.
No
le des la espalda al soberano (o sus ministros, edecanes y bufones).
Pero sobre todo, no le des la espalda a sus verdugos (en la ciudad de
Buenos Aires, hay un policía cada 107 habitantes, sin contar las
otras fuerzas de seguridad). Cada veintitres horas el Estado asesina
a una persona. En los últimos 722 días, mataron a 725
“delincuentes”.
Y
el soberano considera que eso merece no sólo el aplauso, sino
también su ala protectora. Ése es el remate: te hieren un poquito
cada día y de repente, el tiro por la espalda te aniquila.
Se
dice: “A cada cerdo le llega su San Martín”. La fiesta de San
Martín de Tours se celebra el 11 de noviembre, y coincide con la
matacía o matanza del cerdo.
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