Por Daniel Link para Perfil
Esta
semana terminaron las ciberclases, que fueron tan satisfactorias como
el cibersexo, el autoteatro o las visitas virtuales a los museos: una
burda parodia para llenar el vacío de la espera.
En
un texto delicioso, Gilles Deleuze se refería a la proliferación de
anuncios en el Apocalipsis de Juan (los siete sellos, las trompetas,
los cuatro jinetes, las plagas, etc.) como el “Follies Bergère del
Apocalipsis”: un conjunto de pelotudeces a las que nos someten
mientras esperamos no se sabe bien qué pero que casi con certeza nos
perjudicará irremediablemente.
Las
ciberclases nos dieron un trabajo loco (que ni los ministerios ni las
universidades reconocerán más que con declaraciones de
circunstancias y vestiduras rasgadas porque una dijo no sé qué cosa
y otro le contestó no sé qué otra). La cantidad de plata que
pagamos en horas de conexión por fuera de nuestros planes de wifi o
de datos no tiene número preciso (¿para qué hacer el cálculo si
nadie va a devolvernos esos importes?). Ni que hablar del tiempo
invertido y los desbarajustes de los calendarios burocráticos.
Les
estudiantes (en el nivel universitario) aprendieron más o menos
según sus capacidades previas (como sucede siempre) pero hicieron,
en todos los casos, enormes esfuerzos por sobrellevar la pedagogía
de excepción que tuvimos que proponerles.
Por
supuesto, nos enteramos por el correo electrónico de que, mientras
sosteníamos lo casi insostenible, en ciertas oficinas se dedicaban a
dibujar tareas rentadas y a tomar decisiones por fuera de las
decisiones de los órganos de gobierno.
La
emergencia se volvió la norma y, como si eso fuera poco, las
escuelas nunca pudieron abrir no se sabe bien por qué otra razón
más que por la incompetencia de los funcionarios responsables.
Ya
está, mejor es mirar hacia adelante. Tal vez la tan cacareada
campaña de vacunación nos permita salir de este atolladero. ¡Vamos
a volver, mejores!
1 comentario:
Estimado profesor, coincido con qué las autoridades educativas son denlo más incompetentes pero las escuelas no pudieron abrir por la pandemia, por la negativa de los docentes a exponer aún más, su salud y la de sus familias solamente para encender la economía o la expresión que les plazca usar a los que todavía machacan con la nefasta idea del crecimiento económico. Hubo 69 niñes y adolescents fallecids, y todo indica que las consecuencias del virus en niñes púberes pueden ser aún más graves que la enfermedad. Es cierto que las videollamadas no son clases dignas de ese nombre ni de nada. Pero que abrieran las escuelas no iba a significar que se retomaran clases en condiciones de tales. Le envío un afectuoso saludo.
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