Por Daniel Link para Perfil
¿Qué es una inteligencia artificial, además de la capacidad para movilizar una cantidad sobrehumana de información y argumentos literalmente robados a quienes pensaron eso antes? Las exigencias de open access, que hasta ayer nos parecían lo más democrático, nos resultan hoy un escalón más en un proceso de extractivismo y apropiación intelectual completamente desbocado. Pues bien, además la IA es un modelo de pensamiento bastante aterrador, porque hace de lo módico, de lo medido, de lo cuantificado y de lo verificable su regla dorada.
Si nuestros maestros nos enseñaron a pensar en contra del propio pensamiento, esa aventura tan propia del Siglo XX se nos aparece ahora como una vía bloqueada, de acuerdo con el modelo de la inteligencia artificial general (dejo de lado las aplicaciones específicas de inteligencia artificial: los correctores de ortografía y sintaxis, los diccionarios, los buscadores, que siguen siendo herramientas legítimas y de gran utilidad).
Si una conoce un poco las instituciones del conocimiento, muy pronto comprende que en el universo de la inteligencia natural, por llamarlo de algún modo, reina el mismo pensamiento burocrático y levemente autoritario, que sanciona no sólo sobre la verdad de lo que otro ha escrito, sino también sobre su originalidad y su estilo.
Las jóvenes que ingresan al mundo académico deberán producir “papers”, preferentemente publicados en revistas que adopten el formato de la evaluación ciega (evalúa un “experto” anónimo, que teóricamente no sabe quién escribió lo que evalúa). Presunta neutralidad y tranquilidad ilusoria. Es como presuponer que en la neutralidad del juicio hay un valor y que el conocimiento no es, por definición, polémico.
Evaluado el texto, es posible que la joven encuentre que su contribución no cita la bibliografía que al evaluador le parece, que sus enunciados deben ser matizados o que el uso (supongamos irónico) de ciertas palabras no es el adecuado al registro científico.
Por supuesto, la joven no tiene más remedio que aceptar esas insolencias porque aunque escribiera cuatro libros brillantes, nada pesa tanto como un artículo evaluado “ciegamente”.
Con el tiempo, esa joven pensará y escribirá exactamente lo que quiere la institución (porque en eso se le juega su supervivencia), sin mayores disturbios, sin iluminaciones, sin riesgos y, naturalmente, sin ningún interés.
La inteligencia artificial no es más que la automatización del tedio y de los modos de reproducción de las instituciones del conocimiento.
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