Caza de muñecos
Godzilla vuelve como una pesadilla nocturna, esta vez para salvar a la humanidad (o a las maquetas de humanidad que el cine fantástico japonés es capaz de imaginar).
Por Daniel Link No es un azar que un ciclo como "Cerca de lo oscuro" incluya entre sus selecciones el último avatar de Godzilla: Gojira: Fainaru uôzu (Godzilla: Final War, de Ryuhei Kitamura, 2005), película que incluso está más allá de lo oscuro, cerca ya de un agujero negro, donde la fuerza de gravedad de la materia se hace tal que el cosmos se transforma en un pliegue de oscuridad y silencio.
Originalmente, Godzilla funcionó como metáfora del peligro nuclear y es como emblema de ese desdichado pacto fáustico que pasó a la inmortalidad como uno de los grandes íconos del siglo XX. ¿Cuántos regresos de Godzilla ha habido? Por lo menos diez, incluida la desafortunada versión norteamericana. Los japoneses, que no estaban dispuestos a ceder gratuitamente un monstruo semejante, contestaron Godzilla (1998) con Gojira ni-sen mireniamu (1999) donde, dicen los que saben, el monstruo había vuelto a ser esa porquería de peluche y cartulina a la que siempre estuvimos acostumbrados y que vuelve ahora en esta reencarnación con toda su fuerza radioactiva, sus movimientos de luchador de sumo mal disfrazado y su sed de destrucción de maquetas.
Lo notable es que ahora Godzilla no está solo y aparece acompañado de una verdadera troupe de abortos de la naturaleza, la inteligencia y la imaginación: alienígenas del planeta Xilien (xiliens, según la versión norteamericana), mutantes con el adn modificado, ciborgs gigantescos como el mismo Godzilla, monstruos diminutos y buenos (es decir: crías, teletubbies), hordas de karatecas, generales norteamericanos, tropas del espacio y, sobre todo, monstruos mutantes controlados telepáticamente por los alienígenas. ¡No! Sobre todo chicos y chicas de una belleza sólo comparable a la de los animés y mangas últimos.
Bien mirada, Godzilla: Final War es el pozo ciego a donde van a parar todos los desperdicios de la cultura industrial (desde la idea de "elegido" en La guerra de las galaxias y en Matrix, pasando por la monstruosidad como metáfora del mal). Revueltos en (más que dulce, fermentado) montón, es como si los restos que Godzilla: Final War pone en contigüidad hubieran perdido toda capacidad de hablar de otra cosa que de sus propias condiciones materiales de producción. Que, dicho sea de paso, trazan un circuito que podríamos denominar, ¿por qué no, si todo nos es lícito?, "el pacto del Pacífico" (Japón-Australia-China-USA): los más interesados en dejar sentada una determinada capacidad de explotar las reservas de agua dulce que representa el casquete polar antártico (donde, sabemos desde 1999, duerme el sueño de los justos Godzilla, el auténtico, el vengador de Hiroshima, el destructor de maquetas urbanas, y a donde van a despertarlo para que tome partido por una humanidad ya cansada o ebria de si).
No es que Godzilla: Final War tenga algún sentido (más bien, no teniendo ninguno, los atrae a todos a un pozo de aniquilación). No es, tampoco, que Godzilla: Final War sea una película trash (ni siquiera, como sucede, que sea la más trash de todas, y la mejor), sino que es el fondo de cocción del trash, allí donde los cineastas inteligentes, hastiados de la corrección cultural a la que los obligan y por lo tanto un poco cínicos (los Lucas, los Tim Burton, los Tarantino de este mundo) van a buscar alguna idea de ésas que se consideran "refrescantes" pero que en definitiva resultan un veneno. Los que siguen (y seguirán haciendo) películas de Godzilla al menos saben eso: participan en la construcción de uno de los mitos más desabridos de nuestro tiempo, un personaje cuya imagen ni siquiera acepta el merchandising (tan horrible, es, y tan sin gracia). Los seguidores de Godzilla (entre los que desde ahora me cuento) no son agudos ni pretenden serlo y, por eso mismo, resultan al menos más auténticos en su puerilidad que los otros. Godzilla hace equilibrio en el límite mismo del agujero negro de sinsentido (de nonsense, de neobarroco). Tal vez ése sea el único heroismo específico de ese monstruo necesario en el panorama de monstruos clásicos del cinematógrafo.
En 1969, Marv Newland hizo Bambi Meets Godzilla (yo no fui testigo de un encuentro tan desparejo). Hoy los japoneses y sus socios multiplican la apuesta. Godzilla se encuentra con todos y con todo. O mejor: Godzilla, el horror que representa en la historia de la imaginación, los sobrevive a todos y adopta una criatura (muy parecido a un Teletubby) que francamente no se entiende (al menos, a mí se me escapó) de qué pormenor de una trama pletórica de disgresiones sale. Tampoco se entiende por qué (salvo que se trate, en efecto, del agua dulce) hacia el final de la película el galán nos advierte: "la batalla recién empieza". Pero estaremos preparados.
Ryuhei Kitamura (1969), responsable además del guión, ha querido homenajear los cincuenta años de Godzilla con este entretenimiento delicioso, desmesurado y tóxico donde el monstruo, ahora convertido en madre, en hermano mayor, en tutor o en pederasta (habrá que esperar un nuevo brote de delirio para decidirlo), amenaza (o no) volver a terminar con todo.
1 comentario:
Es interesante leer una reseña sobre una pelicula así desde ésta perspectiva: no burlona. Siempre me pareció raro el interes que generan éstos muñecotes destrozando maquetas. Pero también me resulta casi imposible no engancharme con un "kaiju eiga". Una de las mejores entregas de Gojira: Mosura tai Gojira o Godzilla contra los monstruos. Allí se enfrenta con una polilla gigante. Sí, raro.
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