La juzgo tan eterna como el agua y el aire

El viernes pasado, El Nacional estaba repleto de expectación: nos habíamos reunido para acompañar la presentación de Mandona, el estupendo primer disco de Gaby Bex. Las personas mayores nos instalamos en el palco alto, desde donde podíamos seguir las viscicitudes del show cómodamente sentadas y sólo echamos en falta los impertinentes y los abanicos, que nos habrían dado el aire de gran gala que el espectáculo merecía.
Quienes habíamos estado en la función anterior, en Pringles, coincidimos en que este show fue cien veces mejor (y eso que aquél había sido excelente): Gaby cantó algunas canciones de su disco en dos tandas: la primera, concentrada en los temas más íntimos; la segunda (con cambio de vestuario), en los temas electrónicos. Entre canciones, los poemas que ya son su sello (Alfonsina, Marosa) y, como invitado especial, uno de los DJPareja, que la acompañó en ese temazo que es "Dios en la disco".
Fue una verdadera fiesta como hacía mucho no había otra.
De la performance de Gaby puede decirse que parecía cualquier cosa menos la presentación de un primer disco, tan suelta se la vio, tan bien sonó su voz, tan hermosa estaba. De hecho, parecía más el regreso de una diva que había estado ausente demasiado tiempo sin que nos diéramos cuenta. ¿Cómo habíamos podido sobrevivir sin las canciones de Gaby, sin su existencia como diosa pop? Por supuesto, el recital funcionó como reencuentro entre personas que, salvo por Gaby, no suelen reunirse (lo que, por otra parte, señala su dimensión de verdadera estrella).
Ese cariz de reunión fue tal vez lo más emotivo de la noche, porque parecía que, además de adorar a la misma diosa, todos teníamos algo en común. Y fue amable sentirse partícipe de una nueva era: la era de Gaby Bex, que recién comienza, pero que parece habernos envuelto con algarabía desde hace muchísimo tiempo, desde siempre.