por Daniel Link para Perfil
La Universidad de Buenos Aires está
muy lejos de aquélla que conocimos quienes comenzamos a trabajar en
ella durante la década del ochenta. Lo que entonces era una apertura
hacia el mundo y un proceso de imaginación que escandalizaba a los
sectores más conservadores, hoy se ha convertido en una lucha despiadada por puestos de trabajo mal pagados. Lo que entonces pasaba
por la constitución de equipos de trabajo con objetivos a largo
plazo fundados tanto en imperativos epistemológicos como éticos,
hoy se ha convertido en el atrincheramiento en posiciones
individuales como respuesta autista a la crisis política que vivimos
desde hace más de diez años.
El Sr. Barbieri, novísimo rector de la
Universidad de Buenos Aires lanzó, como primera medida de su
gestión, una reformulación del Ciclo Básico Común creado por el
Sr. Francisco Delich, rector normalizador de la UBA entre 1983 y
1986. En la práctica, lo que ha sucedido es que, al comienzo del
ciclo lectivo, se suprimieron los Talleres de Lectura y Escritura que
funcionaban en el contexto de la pedagogía de la cátedra de
Semiología que, desde su invención, fue la formadora de varias
generaciones de docentes-investigadores.
Los talleres son vitales para
garantizar la democratización de determinadas habilidades necesarias
para la vida universitaria que los alumnos emprenden al comenzar sus
estudios y que la escuela media no brinda parejamente.
Para llevar a cabo esa supresión, las
autoridades promovieron (sin que mediara concurso alguno y, en
algunos casos, con convocatorias a concursos paralizadas desde hace
décadas) a algunos docentes que aceptaron, a cambio de esa promoción
miserable, la renuncia a intervenir en los desequilibrios formativos
heredados de la escuela media. Así de vil es la lógica de
funcionamiento actual de la UBA: se renuncia a la pedagogía por
cargos entendidos como moneda de cambio en un universo de cálculo
egoísta.
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