Por Daniel Link para Perfil
La explosión de asuntos ligados con el
espionaje, su relación con la política local y los vínculos con
los grandes nucleos de conspiraciones de agencias gubernamentales
(CIA, Mossad, MI6) y paragubernamentales de inteligencia nos puso en
situación de ansiedad televisiva, tan disparatado suena todo (y, al
mismo tiempo, tan ominoso y tan vulgar).
Destaco dos series, más o menos
idénticas en sus presupuestos. Una es The Americans, que
cuenta la vida de agentes de la KGB infiltrados como una familia de
ciudadanos estadounidenses durante los últimos años de la Guerra
Fría. La trama pretende ser realista y funda su verosimilitud en el
hecho de haber sido inspirada por ciertas notas de un ex agente de la
KGB.
Allegiance es más encantadora,
pero no gustó y fue discontinuada. A diferencia de la anterior,
sucede en época actual. Una madre
rusa que reside en Brooklyn es la espía, asistida por su amado
esposo irlandés y la hija mayor de la familia, Natalie, también
cooptada por el SVR (Servicio de Inteligencia Extranjera ruso), a
cuya cabeza están unos resentidos que sólo quieren destruir a los
Estados Unidos, porque sí.
Se desconocen las
tareas de inteligencia que habrían realizado estas mujeres antes de
que la serie comenzara, porque todo se organiza alrededor de la
figura del hijo varón, Alex O'Connor, muchacho muy despierto al que
los rusos quieren poner al servicio de sus oscurísimos propósitos
desde el momento en que el joven es promovido en la CIA, para la cual
trabaja.
Si en
la tragedia griega las familias estaban desgarradas por principios
éticos y concepciones del Estado irreconciliables, la familia de
Allegiance
logra sobreponerse a la guerra desatada en su seno entre las más
poderosas agencias de inteligencia del mundo y marcha unida hacia su
propia redención, como tendría que ser siempre, incluso en el caso
(no lo quiera el cielo) en que un hermano militara en la Cámpora y
el otro en el massismo.
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