Por Alan Ojeda para Artezeta
Con este último libro, el escritor cierra la trilogía que comenzó con Clases. Literatura y disidencia (Editorial Norma y próxima re edición a manos de Eterna Cadencia) y continuó con Fantasmas (Eterna Cadencia).
Quien lea el libro atentamente y sea asiduo visitante de Linkillo (cosas mías)
encontrará, intercaladas en los análisis, varias narraciones
autobiográficas ya conocidas: votos matrimoniales, historias amorosas,
sus reglas para el consumo de la industria cultural, etc. Esto podría
generar algunas preguntas: ¿Tienen alguna relevancia? ¿Qué tiene que ver
la autobiografía, lo anecdótico, con la teoría? ¿Qué razones hay para
partir de uno mismo? Las respuestas son presentadas rápidamente:
1-“Porque afectan a lo que vive todavía, la chispa de vida que hay en
mí, en esto que escribo, en los textos que leo, en las imágenes que miro
y en los servidores de Internet que visito” 2- “Abandonado por quienes
(porque los amo) son los dueños de mi cuerpo, mi cuerpo se vuelve mero
territorio de experimentación, laboratorio, campo de batalla”.
Suturas es, entra tantas otras
cosas –muchas-, una vida que se abre a ser experimentada por los demás.
Qué mejor que uno mismo y su cuerpo para comenzar a explorar las
diversas intensidades que nos atraviesan y modifican día a día. No
conocemos nada si no es a través de sus efectos sobre nuestra vida. El
primer paso hacia la comprensión es, entonces, observarse. Sin embargo
el primer riesgo que podría encontrarse es caer en el monólogo neurótico
infinito, sin cortes, impermeable, cerrado sobre sí mismo. No es el
caso. Suturas expone cómo una forma-de-vida (Daniel Link) se
transforma en un punto de agenciamiento abierto al lector, que espera
que este se acerque, lo posea y se transforme gracias a todo lo que aún
vive en él y su potencia.
Es, también, desde su primera página, un
tratado sobre el amor, lo que se ama y lo que fue amado: Sebastian
Freire, Pezzoni, Ana María Barrenechea, películas, libros y recuerdos.
En este sentido es difícil no sentir una presencia ya conocida,
inmanente, de un fantasma que se impregna en el texto, el de otro autor
que nos ha enseñado a hablar con ese mismo tono, ese mismo sentimiento:
Roland Barthes. Link, como R.B (“Es, pues, un enamorado el que habla y
dice”), no teme decir “Yo”. Ahí está el mayor nivel de compromiso al que
puede aspirar un autor, ese gesto que implica poner en juego todo
cuanto uno es.
Leer Suturas solo como un libro
de teoría donde confluyen Agamben, Deleuze, Hegel, Pizarnik, Genet,
Godard, Youtube y filología, entre otras cosas, es comprender solo la
mitad. También implicaría concluir que el público al que está dirigido
es, simplemente, la “elite” académica. En cambio, este libro ubica la
frontera de su recepción más allá y ahí debería llegar: el lector que
goza de la literatura, del cine, de los chismes, de internet. Suturas
entrega al lector bien predispuesto la seducción sin límites de lo
diverso y sus combinaciones. Link desarrolla también una pedagogía,
expone al lector las herramientas para pensarse a sí mismo y para el
desarrollo de un pensamiento crítico acorde a los tiempos que corren.
El libro concluye un sistema de
pensamiento al que estamos poco acostumbrados a leer en nuestros días,
el de un autor que vive su teoría, a través de su teoría (porque el arte
y la teoría son formas-de-vida) y que ha transformado todo aquello que
ama y amó en su única máquina de guerra. Quizá esa máquina amante sea
hoy, donde todo parece vivirse en una extraña y extrema soledad, la
única arma válida para hacer la guerra.//∆z
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