Por Daniel Link para Perfil
Mira la imagen con asombro y una
emoción creciente. Decide abrirla en la computadora porque en el
teléfono no distingue demasiado. Ahora sí: ahí está. Mira con más
atención (la imagen es borrosa y está atravesada por destellos de
tecnología) y se indigna un poco cuando se da cuenta de que está
sacando la lengua. ¿Quién se cree que es? ¿Por qué se burla de
ese modo de la natural curiosidad que lo arrastra?
Discute la imagen con otros
observadores: no hay dudas, se está burlando de todos, como si
pensara: “esperen tranquilos, y vayan durmiendo bien, que ya voy a
llegar para impedirlo”.
¿Qué más estará pensando, qué
sueños tendrá, qué música le gusta? Le han dicho que se mueve
mucho, que se estira y mueve las piernas con impaciencia, aún en esa
posición tan cómoda que ha asumido en la imagen. Él todavía no
puede decidir nada a partir de una fotografía tan poco clara, y
rememora para si la historia de esa técnica, que siempre estuvo
poblada de fantasmas. Después, cuando hablen, cuando todo se
resuelva en el registro del lenguaje, del fantasma sólo quedará un
esquema general.
Por eso se aferra a esa fotografía que
anuncia una llegada: ese porvenir que ve en la foto participa todavía
de lo fantasmático, y ese anuncio, esa inminencia, empieza a acortar
el tiempo y la espera comienza a poblarse de imágenes (como las de
Juan de Patmos en el Apocalipsis, pero totalmente despojadas
de angustia y de terror): los tronos, las trompetas, los jinetes, los
ángeles, que tal vez iluminen el cuarto que le destinarán cuando
aparezca.
Se deja arrastrar por la especulación:
¿De qué conversarán? ¿Qué cuentos les gustarán? ¿Habrá cosas
que nunca se dirán, por pudor o por miedo? ¿Le gustarán las
estrellas tanto como a él? No sabe nada y no saber nada lo llena de
una rara felicidad: todo está por verse, salvo esto: de pronto ha
alcanzado, al revés que en la paradoja de Aquiles y la tortuga, su
propio futuro. De pronto alguien le tiende una mano, una manito con
todos sus dedos, y lo saca de sus rutinas, del agobio de una sociedad
en la que cada vez se siente menos cómodo y de unas relaciones de
poder que cada vez más lo asfixian.
Eso, piensa, es la esperanza, y eso es
todo lo que se deja leer en una ecografía (la impresión fotográfica
en papel del eco de ondas electromagnéticas o acústicas enviadas
hacia el lugar que se examina). Despojado de todo narcisismo, piensa
en si mismo y ya se sabe otro.
4 comentarios:
Hermoso Daniel. Simplemente hermoso.
¡Felicitaciones Daniel para toda la familia! ¡Ojalá "salga" tan inteligente y capaz como el abuelo materno! Abrazo.
Felicidades, enormes felicidades.
Belleza y felicidad, para usted y su familia.
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