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Por Daniel Link para Perfil
El
13 de junio de 2016 se estrenó la serie
Braindead, de
13 episodios.
Su
tema es el bipartidismo político en los Estados Unidos, tratado en
tono de sátira con toques de propaganda electoralista. Ya entonces
las imágenes de Donald Trump metían miedo.
Muy
divertida,
la
serie tenía algo raro:
producida
por Ridley Scott, sufría más bien marcas propias de Tim Burton (la
música, el tema, el tono).
El rol protagónico (desempeñado por Mary Winstead, a quien venimos siguiendo desde Scott Pilgrim pero que brilló sobre todo como heroína en la extraordinaria 10 Cloverfield Lane) es el de una documentalista que detesta el mundo de la política, pero que decide aceptar un trabajo que su hermano, parlamentario demócrata, le ofrece, porque quiere terminar una película sobre unas músicas africanas en proceso de desaparición.
Cae un meteorito en la tierra que aloja una vida alienígena cuyo efecto más notable es extremar las posiciones políticas, como estrategia para dominar el mundo (lo primero, claro es paralizarlo): ¡la grieta!, y el cierre parcial del gobierno (Obama lo sufrió durante quince días, el de Trump duró más de cinco semanas y ahora está en un impasse hasta el 15 de febrero, mientras duran las negociaciones).
Para nosotros, "¿qué bicho te picó?" es algo que uno piensa frente a un fanático de una ideología u otra. Para la serie es lo mismo, pero literalmente. Los bichos comen parte del cerebro de los parlamentarios, volviéndolos completamente insensibles a cualquier otra cosa que no sea la destrucción del otro.
El rol protagónico (desempeñado por Mary Winstead, a quien venimos siguiendo desde Scott Pilgrim pero que brilló sobre todo como heroína en la extraordinaria 10 Cloverfield Lane) es el de una documentalista que detesta el mundo de la política, pero que decide aceptar un trabajo que su hermano, parlamentario demócrata, le ofrece, porque quiere terminar una película sobre unas músicas africanas en proceso de desaparición.
Cae un meteorito en la tierra que aloja una vida alienígena cuyo efecto más notable es extremar las posiciones políticas, como estrategia para dominar el mundo (lo primero, claro es paralizarlo): ¡la grieta!, y el cierre parcial del gobierno (Obama lo sufrió durante quince días, el de Trump duró más de cinco semanas y ahora está en un impasse hasta el 15 de febrero, mientras duran las negociaciones).
Para nosotros, "¿qué bicho te picó?" es algo que uno piensa frente a un fanático de una ideología u otra. Para la serie es lo mismo, pero literalmente. Los bichos comen parte del cerebro de los parlamentarios, volviéndolos completamente insensibles a cualquier otra cosa que no sea la destrucción del otro.
El
cese de gobierno supone que se suspenden a los trabajadores “no
esenciales”. Trump es el primer presidente norteamericano que
sufrió un shutdown mientras su partido controlaba ambas cámaras del
Congreso, lo que resulta todavía más preocupante.
Las
tareas no esenciales involucran, por ejemplo, a todos los parques
nacionales y sitios recreativos y conmemorativos (incluidos los
museos, zoológicos y archivos nacionales), agencias federales como
la recaudadora de impuestos, control climático, etc.
El
gran perdedor de este primer asalto (a la razón) fue Donald Trump,
cuyas políticas migratorias fueron el detonante de la no aprobación
del presupuesto. No sólo por el costo del muro en la frontera sur,
sino también el limbo en el que se encuentran los dreamers,
una vez que el programa DACA, que los protegía de la deportación,
fue cancelado. En todo caso, la grieta y la parálisis toma a los
latinoamericanos de rehenes: de un lado, los rehenes de afuera; del
otro, los de adentro.
La imagen negativa de Trump en su país
supera el 55 %. Pero él sigue firme en sus convicciones (que otros
consideran delirios) xenófobas.
Es muy raro tener que defender, en un
mundo global, el derecho de las personas a la migración. Pero como
el bicho fascista ya está picando demasiadas cabezas, conviene
subrayar que las ideas de izquierda son fáciles de identificar y son
siempre nobles y fáciles de abrazar en consecuencia. Por el
contrario, las ideas de derecha, también fácilmente identificables,
son siempre miserables y ominosas.
El problema surge, claro, cuando las
ideas se transforman en programas de gobierno, como sucede en el caso
de Venezuela, que vive una dolorosa crisis sobre la que muchos
consideran fácil pronunciarse ligeramente, como fue el caso,
precisamente del presidente norteamericano y sus vergonzantes aliados
ciegos, el presidente de Brasil y el de Argentina.
Es claro para todos que el gobierno de
Maduro agoniza en su propia podredumbre. Pero no es tan claro que la
solución sea la jugarreta urdida en las últimas semanas, el
reconocimiento de un gobierno autoproclamado, el congelamiento de las
cuentas en Estados Unidos del Estado venezolano, etc.
La respuesta del otro lado será vaciar
el tesoro venezolano y cargarlo en un avión privado de bandera rusa.
Pero así, picados por el bicho de la
inhumanidad, sólo se camina hacia una catástrofe de consecuencias
por ahora imprevisibles.
En Braindead, una musiquita
hacía explotar los cerebros comidos por los extraterrestres. Nos
está faltando esa musiquita, algo con cierto sentido de futuro, que
licúe el odio.
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