La mirada de Luna Paiva convierte en ficción todo lo que su cámara registra.
Toda cámara, ese testigo que alguna vez se creyó imparcial, elige, encuadra, recorta. Las fotografías de Luna Paiva invitan a asociar los objetos de su mirada, a encontrarle sentido a su heterogeneidad. Su disposición en el espacio, la relación entre formatos dispares, todo es parte de una estrategia ficcional.
Un hombre dormido en una cama deshecha, en la penumbra, mientras afuera asoma un día luminoso, parece estar soñando esos paisajes interiores, esas siluetas entrevistas en otra naturaleza, o en interiores engañosamente banales.
Los paisajes de estas fotografías nunca son bonitos ni exóticos, pertenecen a la gran tradición romántica de la naturaleza como estado del alma. Sus siluetas, disimuladas a contraluz entre pinturas murales o apenas escondidas tras un árbol, desnudas bajo el agua que las borronea, a punto de desaparecer por una escalera o de observar tras una puerta entreabierta, se imponen inmediatamente como personajes; al espectador sólo le queda inventarles historia.
No es frecuente descubrir a un artista joven cuya obra sugiera tanta vida ya vivida, una sensibilidad tan trabajada por la imaginación, como las que animan las fotografías de Luna Paiva*.
Edgardo Cozarinsky
*En el Centro Cultural Recoleta, hasta el 31 de julio
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