"Serán los protocolos", había sugerido Bea en el teléfono. "¿Qué protocolos?", respondió susceptible el agente inmobiliario, quien, desde que se consideraba judío, se obligaba a rastrear y discutir en su propio discurso y en el de los otros toda insinuación de antisemitismo, y que asoció automáticamente la palabra pronunciada por su amiga al famoso libelo urdido por los servicios secretos del zarismo para desacreditar (con poca suerte, como la historia demostró) a sus enemigios bolcheviques, Los protocolos de los sabios de Sión, atribución que se demostró de inmediato falsa y abochornó un poco al agente inmobiliario, dispuesto siempre a sobreinterpretar las palabras de cualquier católico y en particular las de "La Hermanita", que no en vano había sido formada en vaya uno a saber qué ortodoxias jesuíticas.
"Los protocolos de interpretación de los marcadores no son los mismos en Estados Unidos y en Europa", aclaró Bea. "Creo que acá aplican los protocolos norteamericanos, que ponen el umbral de riesgo coronario mucho más cerca que los franceses, por ejemplo, quienes si usaran los protocolos yanquies tendrían que abstenerse de los lácteos a niveles que harían quebrar la industria continental de quesos".
La conversación, como resultaba habitual con la ex-monja, comenzaba a dispersarse por senderos de análisis socioeconómicos que al agente inmobiliario poco interesaban en este momento. Bea sostenía que había una guerra permanente "interior al capitalismo" (con un giro de discurso que nadie le aceptaba sin protesta), según la cual Europa y los Estados Unidos iban repartiéndose pedazos de mundo. Los norteamericanos habían cedido los servicios públicos a los españoles ("esa lacra", decía Bea), la cabeza de lanza europea en América Latina, a cambio de los protocolos médicos, que regulaban la opulentísima industria farmacéutica y la medicina industrial que con ella se asociaba, mucho menos interesada en la salud que en los rendimientos económicos. De eso, también, se hablaba en los congresos de medicina tailandeses, todo el mundo lo sabía.
Para volver a los asuntos que le interesaban primordialmente, el agente inmobiliario preguntó a la ex-monjita por su desorden alimentario. "Todo bien", contestó secamente. "Según los protocolos que usa mi médica, mi masa corporal está apenas un punto por debajo de lo óptimo". La hermanita no podía comer sino por la fuerza de la voluntad. Jamás tenía hambre, y si no estaba atenta a su dieta, corría el riesgo de desaparecer.
Bea prometió investigar los protocolos que se usaban en Argentina para determinar las anomalías en los marcadores de colesterol y recomendó a su amigo no que aceptara lo que para cualquier persona en su sano juicio habría resultado un consejo irreprochable (ejercicio aeróbico y dieta baja en aceites saturados y abundante en pescado) sino que le preguntara al productor turístico que no sólo trabajaba en asociación con el agente inmobiliario desde finales de la década del noventa del siglo pasado, sino que había sido también su compañero de colegio, lo que él pudiera saber gracias a su propia experiencia con los protocolos médicos relacionados con la presencia en el organismo humano del misterioso virus denominado HIV.
Así, lo tercero que el agente inmobiliario fue inducido a pensar fue que su cuerpo se había convertido repentinamente en escenario de una guerra económico-jurídica y que él era un rehén del imperialismo norteamericano.
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Hace 5 semanas.
1 comentario:
La urdimbre biopolítica es ilimitada, y no tanto hacia afuera como hacia adentro de la piel. "¿Cómo llegué hasta acá?" Por otro lado, la paranoia interpretativa no niega la existencia de la persecución.
En cualquier caso, queremos a este agente inmobiliario (único en su especie) y confiamos en que su recuperación será un aliciente para todo el pueblo judío. Y el goy también.
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