por Daniel Link para Perfil
Ahora vendrán los “te lo dije”,
las sonrisas sarcásticas, el saber retrospectivo. Ahora vendrán los
“hay independencia de poderes”, “qué barbaridad”, “no
acordamos, pero respetamos”, los “en 2013 pasó lo mismo y nadie
dijo nada”. Ahora, la Sra. Fernández encontrará razones para
sustraerse a la escolástica oxoniana, que había que prever hostil a
todas y cada una de sus causas (penales): “hechos de suma gravedad
requieren mi presencia” adujo como excusa para cancelar esa etapa
de su viaje (pero no las previas).
Ahora deberemos suspender las clases,
no porque la paritaria universitaria esté paralizada sino porque
habrá que concurrir a las plazas, las cabezas cubiertas con pañuelos
blancos, cada vez que nos lo pidan, porque sabemos que estamos en
peligro.
En un instante, cualquier intento para
comprender lo que de todos modos era incomprensible (la
insensibilidad con la que se manejan las variables macroeconómicas;
la tolerancia con la que se maneja un juego inflacionario que ni los
refugiados sirios toleran sin escándalo; el endeudamiento
enloquecido, como si no hubiera mañana) trastabilla en un charco de
plomo derretido.
Un gobierno de derecha lo es porque sus
políticas lo son. Podría maquillarse, mal que mal, el muñeco
liberal para que parezca un payasito inofensivo: “no hay plata”,
“productividad”, “pesada herencia”, “háganse cargo”, “ya
vendrán las inversiones”, “crecemos lentamente”. Uno podría
analizar cada una de esas excusas del gobierno e incluso aceptar a
regañadientes la verdad de algunas de ellas aunque fuera para
conciliar el sueño y no sentirse de nuevo al borde del abismo (del
dinero basura, de la cesación de pagos, de la desesperanza
educativa, del sálvese quién pueda).
Pero en relación con las penas a los
apropiadores de niños, a los torturadores, a los que colaboraron en
llevar a cabo las enloquecidas fantasías de exterminio que
constituyen el capítulo más sombrío de la historia argentina, y
que la Suprema Corte decidió amablemente acortar aplicando una ley
transitoria y de emergencia que ya fue derogada, no hay buena
voluntad ni explicación posible.
Fue este gobierno el que insistió en
incorporar al número de los supremos a dos jueces (burlando todo
procedimiento legal fijado a tal efecto), el Sr. Rosenkrantz y el Sr.
Rosatti, quienes sumados a la Sra. de Nolasco (que permanece en la
Corte también por voluntad política de este gobierno) consideraron
que conforme al principio in dubio pro reo les correspondería
el cómputo de la pena de la ley 24.390 (2x1) a los todos los juicios
penales, incluidos los correspondientes a delitos de lesa humanidad.
Los tres jueces fundaron su asonada en
la misericordia y el humanitarismo e incluso uno de ellos abrió la
ventana a la interpretación trágica al señalar que “de lo
contrario se correría el riesgo de recorrer el mismo camino de
declive moral que se transitó en el pasado”.
El “declive moral” no es una noción
ajustable a derecho ni a criterio de verdad científica. Su
tratamiento ni siquiera es asunto de clérigos sino de poetas,
filósofos y dramaturgos.
En Hamlet, la tragedia de
Shakespeare, Rosencrantz y Guildenstern son dos informantes pagos por
el gobierno para espiar a sus amigos de la Universidad y para adular
al Rey Claudio. Su deshonestidad corre pareja con su incompetencia y
a Hamlet, el que duda de todo, no le tiembla la mano cuando decide
mandar a matarlos.
En la escena final del acto V, en medio
de una orgía de muertes encadenadas, un embajador británico dice
“Rosencrantz y Guildenstern han muerto”.
Lo mismo podría decirse de los
personajes secundarios Rosenkrantz, Rosatti y Nolasco quienes,
creyendo adular al poder, lo hunden todavía más en el callejón sin
salida de lo trágico, al matar una idea de justicia que era tal vez
lo único capaz de sostener a los argentinos como comunidad en el
mundo.
Ayer fue Edipo (el
enfrentamiento del padre y del hijo: Correos Argentinos), hoy es la
truculencia isabelina de Hamlet. Alguien debería advertirle
al más desapasionado gobierno del que se tenga memoria que la
tragedia no es un formato que le convenga. Rodea al soberano de
demasiada muerte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario