miércoles, 18 de marzo de 2020

Cuarentena (un diario).

Pensé que me había salvado de la maldición. 
El 29 de febrero habíamos comido ñoquis bisiestos y, como efecto rebote de ese rito, me confirmaron la traducción al francés de uno de mis libros, un proyecto de investigación de larga duración obtuvo un generoso financiamiento y apareció el primer volumen de las Obras completas de Rubén Darío en edición crítica, proyecto en el que veníamos trabajando hace seis años. Por otro lado, la agenda de viajes internacionales, una vez que aprendimos a domar el impuesto PAIS, se fue armando sin contratiempos. Sólo la austeridad forzosa podía enturbiar mis días, pero como ésta era (es) común y compartida, no me preocupaba demasiado.
Pero los hados, cuanto más funestos, tanto más traidores. 
Bien pronto a la amenaza local del dengue se le sumó la amenaza global del coronavirus. Uno a uno, los viajes internacionales empezaron a cancelarse, ya fuera porque quieren me habían invitado se veían obligados a postergar las reuniones planificadas, o porque si yo viajara debería recluirme durante dos semanas a mi regreso sin chances para retomar mi trabajo.
No me importó demasiado, porque tarde o temprano viajaría y tampoco me desesperaba por exponerme a un patógeno que nadie sabía si mi cuerpo resistiría.
Organicé el tradicional asado de fin de verano para homenajear a todas las personas que trabajan conmigo, y esa mañana me levanté temprano para armar la cancha de Badmington, me patiné en el pasto húmedo y me quebré el quinto metacarpiano de la mano izquierda.
Cuatro semanas de yeso y la imposibilidad de escribir (por lo menos a máquina). Como se conoce a esa herida como "fractura del boxeador”, empecé a contestar cuando me preguntan qué me pasó: “Me pelee al salir de la discoteca, que está tan de moda”.
Lo cierto es que recibí un golpe bisiesto, cuando menos lo esperaba, y ahora me dedico a dictarle a mi computadora hasta que alguna peste me noquee.
Nos informan los diarios que en las redes la confirmación del primer caso de coronavirus fue saludada como la llegada de un viajero ilustre: “Bienvenido a la Argentina”. Nuestro tradicional snobismo adopta un tinte milenarista: si habremos de sufrir las diez plagas, bienvenida la tercera, que se suma al sarampión y al dengue.  
Giorgio Agamben había reflexionado hace unas semanas sobre “las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus” en Italia. Agamben atribuyó esas medidas a “una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno”. La paranoia y el miedo le convienen a los deseos de limitar las libertades ciudadanas en nombre de una seguridad abstracta.
Jean-Luc Nancy le contestó a ese “vecchio amico”: no es verdad que el coronavirus sea menos mortal que una simple gripe (porque para ésta existen vacunas de probada eficacia). En cuanto a la excepción.... “hay una especie de excepción viral, biológica, informática, cultural, que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores y desquitarse con ellos es más una estratagema de diversión que una reflexión política”, concluye. Y recuerda que cuando los médicos le dijeron que tenían que transplantarle el corazón, el único que le dijo que no lo hiciera fue el amigo Giorgio. De haberlo escuchado estaría muerto (la acusación es muy grave, pero tal vez inadecuada a lo que se está discutiendo).
Igino Domanin consideró anacrónicas las premisas de Agamben, muy atadas a un paradigma analítico del siglo XX: “se parte de la idea de que la epidemia, el evento viral y patógeno y todas sus consecuencias son precisamente una construcción, una maquinación política, un dispositivo que produce un cierto tipo de realidad basada en la necesidad de control médico y normalización”.
Más cerca de la posición de Nancy, Domanin cree que hoy por hoy lo humano se define precisamente por su “exposición a la catástrofe”.
Por su parte, Donatella Di Cesare recupera y defiende la hipótesis agambeniana, pero le da un giro materialista: “El coronavirus, este virus soberano ya está en el nombre, se burla de la soberanía excepcional, que grotescamente querría aprovecharse de él. Se escapa, reluce, pasa más allá, cruza las fronteras. Y se convierte en una metáfora de una crisis ingobernable, un colapso apocalíptico. Pero el capitalismo, sabemos, no es un desastre natural.”
Exposición a la catástrofe... crisis ingobernable... colapso apocalíptico... ¡Esas palabras!
Cómo no íbamos los argentinos a darle la bienvenida a lo que viene a recordarnos lo que constituye nuestro goce como sociedad perdida, como Pueblo que quiere escaparse del Estado que lo oprime y necesita de las diez plagas para que los mares se abran en dos.
*

Sabemos que nos impondrán la cuarentena obligatoria. Por el momento, estamos en estado de distanciamiento social. Nos recomiendan guardar distancias y salir poco. Pero hoy es nuestro aniversario de bodas (nueve años) y espero que Sebas vuelva de hacer unas fotos para invitarlo a almorzar afuera, por última vez.
Vamos a Caseros. Habíamos pensado en armar una fiesta virtual a través de zoom, pero luego fuimos víctimas de una campaña de descrédito (bien fundada teóricamente) contra ese programa y esa modalidad de comunicación y decidimos abstenernos.
Durante el almuerzo, decidimos los pasos a seguir: nos vamos a trasladar a la quinta, porque mi mamá es grupo de altísimo riesgo y no puede estar sola. Además, su terquedad la va a llevar a querer salir todos los días.
Cuando llegamos a la quinta, empezamos con la tarea de concientización. Hablamos con Rosi, la asistente de mi mamá, y le dijimos que, llegado el caso, no iba a poder seguir viniendo. "Bueno", fue su única respuesta.
Hicimos la lista de tareas para mañana. Comprar comida para los perros y los gatos y gatas. Traer ropa de casa y, sobre todo, los archivos que puedo llegar a necesitar en las próximas dos semanas y el disco de series y películas cargado con todo y cualquier cosa. Aquí Internet es una pesadilla y no se puede bajar nada (a veces: ni siquiera navegar).
No termino de adoptar una posición teórica y política ante la pandemia. Creo que Agamben tiene razón pero, al mismo tiempo, pienso que el aislamiento es inevitable. Me preocupa la escalada fascista en el discurso político local.
Todos saben que participo de los grupos de alto riesgo pero yo no termino de convencerme. Un mensaje que recibo me emociona más cualquier otro:


Te imploro que te y se cuiden. 
Sos grupo de riesgo y no estamos, ninguno de los que te queremos, 
en condiciones de soportar que te pase algo. 
Encerrate y nos vemos cuando haya vacunas.

Decido hacer caso.

(continúa)



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