por Franco “Bifo” Berardi para Lobo Suelto.
Traducción: Emilio Sadier]
You are the crown of creation
And you’ve got no place to go[Eres la corona de la creación
y no tenés adónde ir.]
Jefferson Airplane, 1968
And you’ve got no place to go[Eres la corona de la creación
y no tenés adónde ir.]
Jefferson Airplane, 1968
«La palabra es un virus. Quizás el virus
de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo
parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre
moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal.
Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un
organismo resistente te impone hablar. Ese organismo es la palabra.»
William Burroughs, El boleto que explotó
William Burroughs, El boleto que explotó
21 de febrero
Al regresar de Lisboa, una escena
inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos
completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y
un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro
de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.
Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.
Un presentimiento: ¿estamos atravesando un nuevo umbral en el proceso de mutación tecnopsicótica?
28 de febrero
Desde que volví de Lisboa, no puedo
hacer otra cosa: compré unos veinte lienzos de pequeñas proporciones, y
los pinto con pintura de colores, fragmentos fotográficos, lápices,
carbonilla. No soy pintor, pero cuando estoy nervioso, cuando siento que
está sucediendo algo que pone a mi cuerpo en vibración dolorosa, me
pongo a garabatear para relajarme.
La ciudad está silenciosa como si fuera
Ferragosto. Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay
estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan
regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo
planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a
detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares
abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas. ¿Y si esta fuera
la vía de salida que no conseguíamos encontrar, y que ahora se nos
presenta en forma de una epidemia psíquica, de un virus lingüístico
generado por un biovirus?
La Tierra ha alcanzado un grado de
irritación extremo, y el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde
hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta
en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y
psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo
planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.
Lo que provoca pánico es que el virus
escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el
sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus
semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la
economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?
2 de marzo
Un virus semiótico en la psicósfera
bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos
ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción,
interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el
tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica
de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras
otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que
mantenía unido al mundo se ha disuelto.
No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.
¿Cuánto está destinado a durar el efecto
de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus?
Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría
exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué
temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece
serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.
Pero el efecto del virus no es tanto el
número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que
mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga.
Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva,
pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo
régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la
transición hacia la inmovilidad.
¿Quieren verlo?
3 de marzo
¿Cómo reacciona el organismo colectivo,
el cuerpo planetario, la mente hiperconectada sometida durante tres
décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la
hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, a la
soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca
que roba la vida y la transforma en estrés permanente, como un
drogadicto que nunca consigue alcanzar a la heroína que sin embargo
baila ante sus ojos, sometido a la humillación de la desigualdad y de la
impotencia?
En la segunda mitad de 2019, el cuerpo
planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, de París a
Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la
calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos
específicos, o más bien tenía objetivos contradictorios. El cuerpo
planetario estaba preso de espasmos que la mente no sabía guiar. La
fiebre creció hasta el final del año Diecinueve.
Entonces Trump asesina a Soleimani, en
la celebración de su pueblo. Millones de iraníes desesperados salen a
las calles, lloran, prometen una venganza estrepitosa. No pasa nada,
bombardean un patio. En medio del pánico, derriban un avión civil. Y
entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se
excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus
favoritos. Mientras tanto, los demócratas comienzan las elecciones
primarias en un estado de división tal que solo un milagro podría
conducir a la nominación del buen anciano Sanders, única esperanza de
una victoria improbable.
Entonces, nazismo trumpista y miseria
para todos y sobreestimulación creciente del sistema nervioso
planetario. ¿Es esta la moraleja de la fábula?
Pero he aquí la sorpresa, el giro, lo
imprevisto que frustra cualquier discurso sobre lo inevitable. Lo
imprevisto que hemos estado esperando: la implosión. El organismo
sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de
frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas,
encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se
ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata
principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la
máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la
economía…
El capitalismo es una axiomática, es
decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad
del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital).
Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese
axioma, y nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma.
No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un
lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna
posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico
tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de
enunciados eficaces extrasistémicos. La única salida es la muerte, como
aprendimos de Baudrillard.
Solo después de la muerte se podrá
comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos
extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por
supuesto, y no hay certeza al respecto.
La recesión económica que se está
preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá
desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No
estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como
condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la
frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer
del consumo.
4 de marzo
¿Esta es la vencida? No sabíamos cómo
deshacernos del pulpo, no sabíamos cómo salir del cadáver del Capital;
vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el
shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver
del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración
constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con
salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la
aceleración.
Hace tiempo que el capitalismo se
encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía
fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir
corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo
triste e imposible.
La revolución ya no era pensable, porque
la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro
político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí
entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una
revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente,
esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil
que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la
calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no
lo hagamos.
Es difícil que el organismo colectivo se
recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista,
ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso
camino. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar
de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O bien podemos
olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación.
Lo que no ha podido hacer la voluntad
política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga
debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha
desgarrado el lienzo de lo inevitable.
5 de marzo
Se manifiestan los primeros signos de
hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas
económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las
intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no
serán de mucha utilidad.
Por primera vez, la crisis no proviene
de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente
económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del
cuerpo.
Es el cuerpo el que ha decidido bajar el
ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del
estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.
Cuando hablo de cuerpo me
refiero a la función biológica en su conjunto, me refiero al cuerpo
físico que se enferma, aunque de una manera bastante leve –pero también y
sobre todo me refiero a la mente, que por razones que no tienen nada
que ver con el razonamiento, con la crítica, con la voluntad, con la
decisión política, ha entrado en una fase de pasivización profunda.
Cansada de procesar señales demasiado
complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada
por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del
autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que
la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que
decide por todos. Psicodeflación.
6 de marzo
Naturalmente, se puede argumentar
exactamente lo contrario de lo que dije: el neoliberalismo, en su
matrimonio con el etnonacionalismo, debe dar un salto en el proceso de
abstracción total de la vida. He aquí, entonces, el virus que obliga a
todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las
mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en
la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a
distancia.
En Internazionale se publica un artículo de Srecko Horvat (traducción de New Statesman).
Según Horvat, «el coronavirus no es una
amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto
para esa ideología. Pero desde un punto de vista político el virus es un
peligro, porque una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo
etnonacionalista de reforzar las fornteras y esgrimir la exclusividad
racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente
si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una
circulación incontrolada de bienes y capitales.
«El miedo a una pandemia es más
peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios
de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y
la economía capitalista. Como un virus que necesita una célula viva para
reproducirse, el capitalismo también se adaptará a la nueva biopolítica
del siglo XXI.
«El nuevo coronavirus ya ha afectado a
la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de
capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de
capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación
de las poblaciones».
Naturalmente, la hipótesis formulada por Horvat es realista.
Pero creo que esta hipótesis más
realista no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del
colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el
estancamiento económico.
El capitalismo pudo sobrevivir al
colapso financiero de 2008 porque las condiciones del colapso eran todas
internas a la dimensión abstracta de la relación entre lenguaje,
finanzas y economía. No podrá sobrevivir al colapso de la epidemia
porque aquí entra en juego un factor extrasistémico.
7 de marzo
Me escribe Alex, mi amigo matemático:
«Todos los recursos superinformáticos están comprometidos para encontrar
el antídoto al corona. Esta noche soñé con la batalla final entre el
biovirus y los virus simulados. En cualquier caso, el humano ya está
fuera, me parece».
La red informática mundial está dando
caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es
necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente
el corona-killer, para luego difundirlo.
Mientras tanto, la energía se retira del
cuerpo social, y la política muestra su impotencia constitutiva. La
política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no
tiene control sobre el infovirus.
El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.
Los pulmones son el punto más débil, al
parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en
proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias
irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el
sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha
transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro
colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.
8 de marzo
Durante la noche, el Primer Ministro
Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta
parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están
en cuarentena. Bolonia no. Por el momento.
En los últimos días hablé con Fabio,
hablé con Lucia, y habíamos decidido reunirnos esta noche para cenar. Lo
hacemos de vez en cuando, nos vemos en algún restaurante o en casa de
Fabio. Son cenas un poco tristes incluso si no nos lo decimos, porque
los tres sabemos que se trata del residuo artificial de lo que antes
sucedía de manera completamente natural varias veces a la semana, cuando
nos reuníamos con mamá.
Ese hábito de encontrarnos a almorzar
(o, más raramente, a cenar) de mamá había permanecido, a pesar de todos
los eventos, los movimientos, los cambios, después de la muerte de papá:
nos encontrábamos a almorzar con mamá cada vez que era posible.
Cuando mi madre se encontró incapaz de
preparar el almuerzo, ese hábito terminó. Y poco a poco, la relación
entre nosotros tres ha cambiado. Hasta entonces, a pesar de que teníamos
sesenta años, habíamos seguido viéndonos casi todos los días de una
manera natural, habíamos seguido ocupando el mismo lugar en la mesa que
ocupábamos cuando teníamos diez años. Alrededor de la mesa se daban los
mismos rituales. Mamá estaba sentada junto a la estufa porque esto le
permitía seguir ocupándose de la cocina mientras comía. Lucía y yo
hablábamos de política, más o menos como hace cincuenta años, cuando
ella era maoísta y yo era obrerista.
Este hábito terminó cuando mi madre entró en su larga agonía.
Desde entonces tenemos que organizarnos
para cenar. A veces vamos a un restaurante asiático ubicado colinas
abajo, cerca del teleférico en el camino que lleva a Casalecchio, a
veces vamos al departamento de Fabio, en el séptimo piso de un edificio
popular pasando el puente largo, entre Casteldebole y Borgo Panigale.
Desde la ventana se pueden ver los prados que bordean el río, y a lo
lejos se ve el cerro de San Luca y a la izquierda se ve la ciudad.
Entonces, en los últimos días habíamos
decidido vernos esta noche para cenar. Yo tenía que llevar el queso y el
helado, Cristina, la esposa de Fabio, había preparado la lasaña.
Todo cambió esta mañana, y por primera
vez –ahora me doy cuenta– el coronavirus entró en nuestra vida, ya no
como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o
psicoanalítica, sino como un peligro personal.
Primero fue una llamada de Tania, la hija de Lucía que desde hace un tiempo vive en Sasso Marconi con Rita.
Tania me telefoneó para decirme: escuché
que vos, mamá y Fabio quieren cenar juntos, no lo hagas. Estoy en
cuarentena porque una de mis alumnas (Tania enseña yoga) es doctora en
Sant’Orsola y hace unos días el hisopado le dio positivo. Tengo un poco
de bronquitis, por lo que decidieron hacerme el análisis también, a la
espera del informe no puedo moverme de casa. Yo le respondí haciéndome
el escéptico, pero ella fue implacable y me dijo algo bastante
impresionante, que todavía no había pensado.
Me dijo que la tasa de transmisibilidad
de una gripe común es de cero punto veintiuno, mientras que la tasa de
transmisibilidad del coronavirus es de cero punto ochenta. Para ser
claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con
quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta
con encontrarse con ciento veinte. Interesante.
Luego, ella, que parece estar
informadísima porque fue a hacerse el hisopado y por lo tanto habló con
los que están en la primera línea del frente de contagio, me dice que la
edad promedio de los muertos es de ochenta y un años.
Bueno, ya lo sospechaba, pero ahora lo
sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos
asmáticos (como yo).
En su última comunicación, Giuseppe
Conte, quien me parece una buena persona, un presidente un poco por
casualidad que nunca ha dejado de tener el aire de alguien que tiene
poco que ver con la política, dijo: «pensemos en salud de nuestros
abuelos». Conmovedor, dado que me encuentro en el papel incómodo del
abuelo a proteger.
Habiendo abandonado el traje del
escéptico, le dije a Tania que le agradecía y que seguiría sus
recomendaciones. Llamé a Lucia, hablamos un poco y decidimos posponer la
cena.
Me doy cuenta de que me metí en un
clásico doble vínculo batesoniano. Si no llamo por teléfono para
cancelar la cena, me pongo en posición de ser un huésped físico, de
poder ser portador de un virus que podría matar a mi hermano. Si, por
otro lado, llamo, como estoy haciendo, para cancelar la cena, me pongo
en la posición de ser un huésped psíquico, es decir, de propagar el
virus del miedo, el virus del aislamiento.
¿Y si esta historia dura mucho tiempo?
9 de marzo
El problema más grave es el de la
sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de
terapia intensiva están al borde del colapso. Existe el peligro de no
poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla
de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y
pacientes que no pueden ser curados.
En los últimos diez años, se recortaron
37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de
cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó
drásticamente.
Según el sitio quotidianosanità.it, «en
2007 el Servicio Sanitario Nacional público podía contar con 334
Departamentos de emergencia-urgencia (Dea) y 530 de primeros auxilios.
Pues bien, diez años después la dieta ha sido drástica: 49 Dea fueron
cerrados (-14%) y 116 primeros auxilios ya no existen (-22%). Pero el
recorte más evidente está en las ambulancias, tanto las del Tipo A
(emergencia) como las del Tipo B (transporte sanitario). En 2017 tenemos
que las Tipo A fueron reducidas un 4% en comparación con diez años
antes, mientras que las de Tipo B fueron reducidas a la mitad (-52%).
También es para tener en cuenta cómo han disminuido drásticamente las
ambulancias con médico a bordo: en 2007, el médico estaba presente en el
22% de los vehículos, mientras que en 2017 solo en el 14,7%. Las
unidades móviles de reanimación también se redujeron en un 37% (eran 329
en 2007, son 205 en 2017). El ajuste también ha afectado a los hogares
de ancianos privados que, en cualquier caso, tienen muchas menos
estructuras y ambulancias que los hospitales públicos.
«A partir de los datos se puede ver cómo
ha habido una contracción progresiva de las camas a escala nacional,
mucho más evidente y relevante en el número de camas públicas en
comparación con la proporción de camas administradas de forma privada:
el recorte de 32.717 camas totales en siete años remite principalmente
al servicio público, con 28.832 camas menos que en 2010 (-16,2%), en
comparación con 4.335 camas menos que el servicio privado (-6,3%)».
10 de marzo
«Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín».
Esto está escrito en las docenas de
cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos
que Europa nos ha rechazado.
11 de marzo
No fui a via Mascarella, como
generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Nos reencontramos frente a
la lápida que conmemora la muerte de Francesco Lorusso, alguien
pronuncia un breve discurso, se deposita una corona de flores o bien una
bandera de Lotta Continua que alguien ha guardado en el sótano, y nos
abrazamos, nos besamos abrazándonos fuerte.
Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.
Llegan de Wuhan fotos de personas
celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde. El último paciente
con coronavirus fue dado de alta de los hospitales construidos
rápidamente para contener la afluencia.
En el hospital de Huoshenshan, la
primera parada de su visita, Xi elogió a médicos y enfermeras
llamándolos «los ángeles más bellos» y «los mensajeros de la luz y la
esperanza». Los trabajadores de salud de primera línea han asumido las
misiones más arduas, dijo Xi, llamándolos «las personas más admirables
de la nueva era, que merecen los mayores elogios».
Hemos entrado oficialmente en la era
biopolítica, en la que los presidentes no pueden hacer nada, y solo los
médicos pueden hacer algo, aunque no todo.
12 de marzo
Italia. Todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.
Billi y yo nos ponemos el barbijo,
tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los
mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. Y también los
quioscos, compramos los diarios. Y las tabaquerías. Compro papel de
seda, pero el hachís escasea en su caja de madera. Pronto estaré sin
droga, y en Piazza Verdi ya no está ninguno de los muchachos africanos
que venden a los estudiantes.
Trump usó la expresión «foreign virus» [virus extrajero].
All viruses are foreign by definition, but the President has not read William Burroughs [Todos los virus son extranjeros por definición, pero el presidente no ha leído a William Burroughs].
13 de marzo
En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «hola Bifo, abolieron el trabajo».
En realidad, el trabajo es abolido solo
para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra
porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras
protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.
El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.
Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth,
Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de
regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde
la supervivencia de todos está en juego.
El SIDA creó la condición para un
adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas
de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación
psíquica denominada SIDA.
Ahora podríamos muy bien pasar a una
condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva
generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.
¿Pero qué es el terror?
El terror es una condición en la cual lo
imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la
energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la
experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La
imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino
recombinación de los posibles.
Existe una divergencia en el tiempo que
viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que
hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del
tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del
crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en
educación, en salud.
No podemos saber cómo saldremos de la
pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los
recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa.
Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.
Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.
El virus es la condición de un salto
mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad
ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida
para el tiempo que vendrá.
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