por Daniel Link para Perfil
Veníamos trabajando hace tiempo en relación con la agenda 2030 (que tiene unos contenidos para las Naciones Unidas y otros, bastante precisos, para la Unión Europea).
Ahora la ONU presentó en asamblea el Pacto por el Futuro 2045, que profundiza y continúa el anterior. Argentina se declara en contra de firmarlo porque ““muchos de los puntos de este Pacto, con sus anexos, presentan reservas y objeciones o son retardatarios de la nueva agenda de Argentina”. Las reservas y objeciones, creemos, provendrán más bien de la desquiciada agenda presidencial, no de los puntos del Pacto (si me detengo en esta corrección es para que se entienda la importancia de un buen aprendizaje de la gramática).
La posición argentina es rarísima porque esas agendas no se cumplen, pero fijan unas posiciones respecto de las cuales es posible imaginar un cierto desarrollo, un cierto equilibrio, un cierto compromiso con el mundo. No es que Naciones Unidas sea también ella una cueva de comunistas o de ratas. Muy por el contrario. No hay teoría política que considere a esas reuniones de consorcio como algo más que un organismo sin ningún poder real sobre los asuntos políticos relevantes. Pero justamente por eso, opera con cierta autoridad en términos imaginarios: un mundo sin hambre, sin guerras, sin brechas educacionales, con un desarrollo amable con la naturaleza y gobiernos cada vez más transparentes (lo que de algún modo equivale a decir “imperceptibles”).
Ponerse en contra de esas ideas (como de tantas otras) a grito pelado, sólo para hacerse notar, es al mismo tiempo un ejercicio de soberbia, de ignorancia y de terror.
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