Santiago Llach me hace llegar una copia del dictamen de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil relativo al recurso de apelación interpuesto en los autos caratulados:"NIELSEN GUSTAVO ENRIQUE C/EDITORIAL PLANETA ARGENTINA". El texto es largo y, sobre todo, farragoso. Cito algunos fragmentos:
"No por referir manifestaciones en cierto modo lastimeras dejan de ser ciertas las que realiza el actor en el sentido que el concurso literario es el único medio digno a fin de que, tal vez, el autor sea valorado en el medio cuando no cuenta con recursos propios para lograr la publicación de su obra, de manera que los concursos deben seguir manteniendo la pureza que los convierte en máquina de sueños donde se involucran cientos de esperanzas (ver fs. 42). Tampoco puede negarse que la desviación de las bases concursales lesiona seriamente los postulados de buena fe y transparencia que son de su esencia. En el caso de autos existen demostradas muchas circunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio en favor de la obra de Ricardo Piglia*, en orden a las que ya han sido expuestas y las que se analizan a continuación".
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*en relación con esta predisposición se señala "la menguada intervención del jurado integrado por los escritores Mario Benedetti, María Esther De Miguel, Tomás Eloy Martínez, Augusto Roa Bastos y el editor Guillermo Schavelzon" y los dichos de "los testigos Alan Pauls, fs. 344/345, y Claudia Adelina Acuña, fs. 603/613, demostrativos de la predisposición para premiar la obra del codemandado, existente meses antes de la conclusión del certamen".
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Los hechos siempre fueron claros como el agua, de modo que la sentencia no agrega demasiado a lo que siempre supimos: "Lo que debe resultar claro es que se había montado un aparato de captura alrededor de uno de los intelectuales-faro de la cultura argentina de los últimos veinte años" (Link, Daniel. Cómo se lee. Buenos Aires, Norma, 2003, pág. 329). Lo que la sentencia no dice (no puede decir) es que los premios literarios (particularmente en la Argentina) están siempre viciados por lo mismo: no hay un mercado que pueda sostenerlos, razón por la cual son objeto (desde siempre y para siempre) de todas las manipulaciones (el hecho mismo de que el jurado lea sólo las "novelas finalistas" invalida todo el procedimiento). Ya me referí en varias oportunidades al Premio Planeta. Pero también sabemos que el ganador de otro de los "importantes premios argentinos" se benefició (con conciencia y deliberadamente, o no) de la relación entre su familia y uno de los jurados (cuya magra fortuna había sido salvada de la codicia de sus herederos precisamente por la intervención de uno de los abogados de esa familia que defiende, además, los intereses del grupo que convocó ese otro premio). Lamento profundamente que Ricardo Piglia haya quedado pegado a esa maniobra editorial: fue tonto, fue incauto, fue débil; en modo alguno se lo puede considerar más culpable que a cualquiera de los "prestigiosos" jurados que, por otra parte, obedecieron sin hesitación alguna las siniestras órdenes del Grupo Planeta (al que, en su lugar, yo le haría juicio por daños y perjuicios morales, porque lo cierto es que los hay).
Lo más triste de todo, hoy, es que sea la Justicia argentina la que nos viene a decir de qué cosas debemos hablar los intelectuales.
La sentencia completa, acá.
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