Por Daniel Link para Perfil
Le debemos tanto a J.J. Abrams que
nunca sabremos por dónde empezar: ¿Por Lost, por Super 8,
por Star Trek? Tengo poco espacio así que voy al grano: J.J.
Abrams retomó el proyecto que el azar puso en manos de un siniestro
director que se encargó de arruinarlo con toda su (mala) fuerza
durante décadas y le devolvió la potencia que La guerra de las
galaxias siempre tuvo y que vuelve a alcanzarnos, más allá de
las eras y los dolores de columna, revelándonos que en algún lugar
de nuestros cuerpos seguimos sosteniendo ese estado de la imaginación
llamado infancia en todas su pureza.
Mi hija dice que lloró. Yo no llegué
a tanto, pero me emocioné más allá de lo previsible. Mi hijo
objeta la debilidad del Mal y el carácter automático del Bien. Si
no fuera por esas propiedades, le digo, ya habría perdido las ganas
de vivir hace tiempo.
Mucho más que eso, J.J. Abrams saca a
la terrible familia de Darth Vader del lugar crístico en el que
había sido colocado por el fariseo George Lucas y la coloca en la
matriz edípica de la que nunca dejó de formar parte. Hay una
dimensión trágica que Abrams sabe manejar muy bien y que vuelve a
La guerra de las galaxias de la mano de viejos conocidos y
personajes nuevos (todos ellos intachables, desempeñados por un
elenco extraordinario), un leve temblor que tanto se deja ver en el
berrinche de un malo que sabe que no alcanzará las cimas de maldad a
las que aspira o en las entretelas del alma que nunca se nos revelan
del todo en la nueva pareja de la saga, Rey y Finn, pareja
transrracial.
Robo de la reseña del New Yorker:
“la trama de El despertar de la fuerza es un ejercicio de
lealtad”. Agrego: no tanto lealtad a las primera película de 1977
(lo que es cierto) sino lealtad al amor ciego de los espectadores más
intransigentes, entre los que me cuento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario