Por Daniel Link para Perfil
Antes de la boda, mi hija entregaba
sobres repletos de dinero: a los proveedores de mobiliario, a los de
la cocina, a los siniestros inspectores de CAPIF y SADAIC
(curiosamente, esas asociaciones de buitres cobran en efectivo, como
los vendedores de droga y probablemente por la misma razón). La
novia estaba de blanco, ellos blanquearán después. Dije en su
momento (la emoción no me dejaba hablar): “No vengo acá a cumplir
con la obligación milenaria del padre que entrega a su hija a un
clan extraño para garantizar la supervivencia de la cultura. Vengo
aquí, junto con ustedes, como testigo privilegiado de un amor que
hoy se transforma en instituto matrimonial.
¿Cuantos
amores se pueden tener a lo largo de una vida? Dejo de lado los
arrebatamientos, que nunca sabemos exactamente como interpretar:
amores frustrados, sin historia y, por lo tanto, sin destino y, sobre
todo, sin Tiempo. La diferencia radical entre el amor y el
arrebatamiento tiene que ver con esa perspectiva temporal: no tanto
que el amor va a durar muchos anos, todos los anos (mientras que
el arrebatamiento es instantáneo), sino que el amor ya ha
durado demasiado
y en cada uno de sus instantes existe su historia entera. Todos
sabemos, porque el amor no es sólo una intensidad interior, sino
algo que sucede en círculos de sociabilidad, cuánto amor hay entre
Eugenia y Guillermo. Él la necesita a ella como la luna necesita de
la poesía para brillar en la noche, y ella lo necesita a él como el
viento necesita de los árboles para soplar suavemente su música.
Eugenia es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Guillermo, no.
Pero hoy no sabría decir cuál es más propio y cuál es más ajeno,
porque juntos armaron una unidad indestructible.
“Yo
no sería yo, sin embargo, si no les lanzara a los dos esta amenaza:
sean fieles y verdaderos el uno con el otro, crezcan juntos, trátense
bien, cuídense, usen
la imaginación para salvarse del tedio matrimonial porque,
de lo contrario, mi espectro se les aparecerá como humo negro, como
un gigante demente, y les arrancará nervio tras nervio. No dejen de
sostener el amor que se tienen hasta el fin de los Tiempos, porque
ésa es la única inmortalidad que ustedes y yo podemos compartir,
queridos míos”.
Después
de la boda, subí un videíto muy casero a youtube, para poder
mandarlo a mis amigos. De inmediato se me advirtió que infringía no
sé qué reglas de copyright, porque se escucha un tema musical
mientras ella baila.
Mi
hija ya está de viaje y no puedo pedirle el recibo de CAPIF y SADAIC
(si acaso se lo dieron), para demostrar que pagamos los derechos
correspondientes a esa propalación de basura industrial y vigilada.
Una pena que un acto de puro amor se transformara tan de repente en
una miserable extorsión. Pero a lo mejor es una advertencia:
Lasciate
ogni speranza.
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